Si hay algo que no soporto es
el fútbol. De no ser porque hay más de un futbolista que otro que en
pantaloncito corto no está nada mal, para mí sería soporífero. Aquel viernes mi
marido había quedado con sus amigos y sus respectivas parejas para ver todos
juntos debutar en la Eurocopa a la selección española. Hacía mucha calor, y después de todo el día
danzando por ahí, me cambié de ropa nada más llegar a casa en el último momento
para bajar al bar. Mi marido y sus amigos ya me esperaban impacientes. Me puse
una minifalda vaquera cortita y por la parte superior una camiseta blanca de
esas de tirantes finos. Lo que no me cambié fue el conjunto blanquito de
sujetador y tanga que llevase con los vaqueros durante el día.
Mi marido y sus amigos habían
llegado de los primeros para pillar sitio en el bar y verlo en la mejor mesa.
Me guardaban el sitio. Se trataba de la típica taberna irlandesa, de esas
decoradas en madera, siempre medio a oscuras, y con una pantalla de televisión
gigante. Para colmo, y no sé porque
absurdo motivo, me vi obligada a beber cerveza de importación. No es que no me
gusten algunas marcas, pero es una bebida que no tolero nada bien, con apenas
dos pintas ya empiezo a estar mareadilla.
A mí, como siempre, me aburrían
los temas de conversación que se llevaban entre todos. Que si Piqué fuera de la
selección, que si Iniesta es el mejor, que si Del Bosque no ha elegido a los
mejores, que si Ramos fallará otro penalti decisivo… etc. Debo reconocer que
acudí a la cita a regañadientes, más por no desairar a mi marido que por otra
cosa. Por mí me hubiese quedado en casa solita, no sé por qué ese día me
encontraba algo cachonda y hubiese
preferido gozar en mi camita de mis juguetes y mi imaginación. Hubiese
disfrutado del tiempo suficiente. Hacía meses que no hacía el amor con mi
marido y albergaba la esperanza de que al menos ganase España, ansiaba que con
la euforia del momento mi marido recuperase las ganas de hacerme el amor al
regresar a casa.
Nada más llegar al bar supe
que recordaría siempre ese partido en cuanto vi a aquel tipo clavado en la
barra del bar.
Dicen que los ojos son el fiel
reflejo de nuestras almas. Y los de aquel hombre me cautivaron hasta lograr
penetrar en lo más profundo de mí ser nada más verlo.
Recuerdo perfectamente la
primera vez que nuestras miradas se cruzaron en la distancia. La culpa fue del
aburrimiento, y del entendido en cerveza de los amigos de mi esposo que me
recomendó una primera pinta de guinness negra. Nuestros ojos se encontraron los
del uno con el otro. Fue como un flash en aquella semioscuridad. Intuí nada más
verlo que aquel hombre me daría al menos una excusa con que recordarlo en mis
momentos de intimidad. El color azul oscuro de sus pupilas resaltaban bajo los
focos de aquel bar poco iluminado. A pesar de la falta de luz, no creo recordar
a nadie en mi vida que me haya mirado con tanta lujuria y deseo en mis treinta
y dos años de existencia, como me miraba aquel tipo.
Se trataba de un señor bastante mayor, alto, moreno e impecablemente
vestido. Trajeado, buena sonrisa, seductor, con un punto canalla que me ponía
de solo mirarlo. Pero sobretodo sus ojos. Unos ojos cautivadores que adivinaban
mis necesidades. Me atrapaba con su sola mirada. Conquistaba a través de sus
ojos mi alma más profunda. Capturaba hasta el más mínimo detalle de mis
movimientos, memorizando mis gestos. Su mirada intensa e inquietante me puso
nada más verlo en alerta, nerviosa, tal vez excitada, incluso yo misma me
percaté de que tuve que cruzar y descruzar inconscientemente varias veces las
piernas mientras lo miraba, como si con tal gesto calmase la humedad creciente
por debajo de mi vientre. Y es que mi cuerpo resultaba incapaz de detener unos impulsos de los que racionalmente
sabía que no deberían estar sucediendo, y que sin embargo sucedían. Y todo por
una mirada, una mirada que lo decía todo.
“¿Por qué a mí?, ¿por qué me
mira de esa manera tan insistente?, ¿por qué de entre todas las chicas del bar
se fijaba tan sólo en mí?. Hay muchas chicas guapas en el bar, ¿por qué yo?”
pensaba agitada mientras apreciaba como la parte de la piel que mi tanga dejaba
desnuda bajo la falda se pegaba en la silla incomodándome.
“Tal vez sea uno de esos
depredadores sexuales que saben reconocer que llevo más de tres meses sin hacer
el amor con mi marido y eso es una eternidad para mí”, me contestaba yo sola
mentalmente a mis preguntas tratando de adivinar el motivo por el que ese tipo
me observaba de manera tan descarada. Yo trataba de burlarme de la situación,
como quien busca una escapatoria.
Busqué en su dedo un anillo
que me tranquilizase al pensar que estaría casado, y que todo eran
imaginaciones mías, pero por más que me fijaba en sus manos no encontraba
ningún tipo de alianza.
Mi fijé en él por un tiempo,
observando sus intenciones, deduje por la forma en que trataba a las camareras
que se trataba de un tipo autoritario y que le gustaba le obedeciesen
inmediatamente a sus órdenes. Vamos un tío con carácter, y no como el
pichafloja de mi esposo que dice que sí a todo, incluso cuando su jefe le pide
que realice horas extras por el morro.
Llevada por el primer trago de
mi segunda guinness negra, mis pensamientos comenzaron a divagar, y como me
pasa en muchos casos, terminé imaginando que clase de hombre sería en la cama,
fantaseando como siempre. “Que si es de los que follan duro, que si le gusta
encular a las tías, seguro que se ha ido de putas en más de una ocasión y a
saber lo que les pide a las pobres chicas. Que si es de los que muerden los
pezones en vez de chuparlos, que si esto, que si lo otro”. A cada pensamiento
lascivo le seguía otro más bruto que el anterior. Lo siento, suelo desvariar de
esa forma cuando me aburro, soy así de fantasiosa. El caso es que miradita a
miradita me estaba calentando tan sola de observarlo y especular con mi disparatada imaginación.
Para los que no me conozcan
decir que me llamo Sandra, tengo treinta y dos años, casada, y con un hijo
maravilloso. Debo confesar que mi vida matrimonial es pura rutina, ya sabéis a
lo que me refiero, por lo que siempre trato de buscar algún aliciente al margen
de mi matrimonio que al menos me haga pasar un buen rato a solas con mis
juguetes. Por eso me gusta provocar, en todos los sentidos, por ejemplo
provocar situaciones que luego me hagan soñar. Descargo mi pasión con mi web,
la que te invito a que visites. Pese a lo que puedas pensar siempre me he
mantenido fiel a mi esposo, y todo a pesar de mis pequeñas travesuras.
A lo que estábamos…
El caso es que durante un buen
rato no hubo ni una sola palabra entre nosotros. Yo lo miraba desde mi posición
rodeada de mi marido y sus amigos envuelta en mis propias fantasías, y él me
observaba desde la barra como adivinando mis pensamientos. Nuestras miradas
pasaban inadvertidas para el resto, y sin embargo cada vez que mis ojos se
cruzaban con los suyos los segundos se me hacían eternos.
“¿Cómo podía comportarme de
esa manera?, ¿cómo es que estaba siendo tan descarada manteniéndole la mirada?,
¿y qué pretendía ese tipo mirándome así?” me preguntaba en mi loca cabecita una
y otra vez cada vez que nos descubríamos observándonos a los ojos en la
distancia.
No sé, no sabría encontrar
respuesta razonable para explicar lo que me estaba sucediendo, supongo que todo
se debía a su mirada de tigre. Hacía tiempo que no apreciaba el deseo de un
hombre en sus ojos mirándome de esa manera. Era como si desde que salí de novia
junto a mi actual marido hubiese desaparecido para todos los hombres, es como
si de repente te vuelves inexistente, nadie lo intenta, hasta ese momento.
Los ojos de aquel tipo
desprendían una lujuria al observarme que me atraparon desde un principio y me
rindieron en contra de los impulsos que en honor a mi esposo no debería estar
teniendo. Era como si un partido entre el bien y el mal, entre lo que debía
hacer y lo que me apetecía hacer, comenzase a jugarse en mi interior.
A mitad de la segunda pinta ya
estaba algo mareada, estaba sudando y bebiendo bastante deprisa. Opté por
excusarme y salir a tomar el aire. Aún quedaba tiempo hasta que comenzase el
partido y quise refrescarme del calor
que comenzaba a tener mi cuerpo por dentro.
Mi admirador misterioso salió
tras de mí nada más ver como abandonaba el pub. Yo me encontraba medio apoyada
en una de esas mesas altas que siempre hay junto a la puerta de los bares para
los fumadores. Me volteé alertada por el ruido para verlo salir nada más
abrirse la puerta de entrada y escucharse los comentarios previos del partido
en la calle. Nada más verme se acercó sonriente y con cierta naturalidad hasta
mí, cómo si nos conociésemos de toda la vida.
.-"No te gusta el fútbol
¿verdad?" pronunció al tiempo que se encendía un cigarrillo en mi
presencia evidenciando que ya se había fijado en mí.
“Mierda. Fuma.” Pensé al
verlo.
No me gustan los hombres que
fuman. Y sin embargo no pude evitar fijarme en sus ojazos ahora que estaban tan
cerca. Me tomó un par de segundos observarlo detenidamente antes de decirme a
contestar. Bajo la luz del mechero sus ojos se reflejaban mucho más
cautivadores.
Aunque yo estaba algo contentilla
por las dos pintas de cerveza, y no pensaba con claridad, no veía inconveniente
en coquetear y contestar a la pregunta de aquel desconocido. Estaba claro que
él pretendía ligar conmigo, sino de qué me miraba así. Lo que no tenía tan
claro era si yo debía darle alguna falsa esperanza. Temía que alguien me viese
conversando con él y me metiese en líos. Luego supuse que si me sorprendía
alguna amiga de mi esposo no podría pensar nada malo, debía resultar de lo más
normal que me pudieran pillar conversando con aquel tipo de forma inocente y
fortuita. No había lugar a pensar mal, en el fondo éramos las dos únicas
personas bajo el cobertizo de la puerta de entrada. Así que con cierto temor
por las consecuencias le contesté, se apoderaron mis ganas por conocer a aquel
tipo que los miedos a lo que pudieran pensar si me sorprendían hablando con
él.
.-"No mucho la verdad” le
respondí, “lo único interesante es verle las piernas a algún que otro
futbolista”. Nada más decir esto me sonrojé por mi último comentario. “¿A qué
había dicho nada?, ¿qué le importaba nada a ese personaje?” me pregunté
mentalmente por mi torpeza. “Ese tipo me había estado observando durante el
tiempo suficiente como saber lo que pasaba por mi cabecita, y yo se lo había
confirmado con mi torpe comentario” pensé maldiciéndome. Supongo que mi
subconsciente me traicionó.
.-“¿Y por eso has venido a un
bar a ver el futbol?, para verle las piernas a los futbolistas. Ja, ja, ja”,
comentó medio riéndose de mi comentario que no venía a cuento.
Sus palabras lograron
irritarme, pensé que se burlaba. De repente, me pareció un poco gilipollas y
engreído. “Menuda manera de ligar riéndose de mí”, así que decidí poner fin a
tan absurda situación.
.-“Que remedio me queda, a mí
no me gusta el fútbol, pero he bajado porque había quedado mi esposo con sus
amigos para verlo” dije tratando de justificarme, y de paso dejarle clarito que
estaba casada e informarle de la presencia de mi marido. Como el mundo está
lleno de cobardes, supuse que se batiría en retirada al escuchar mis
advertencias.
Así que por unos momentos dudé
de que ese tipo continuase con sus propósitos.
.- "Vaya, eso significa
que no estás sola” dijo como si mi respuesta hubiese dado al traste con sus
planes.
Efectivamente parecía que por unos
momentos se había hecho ilusiones de ligar conmigo. Me alegré de dejarlo con el
rabo entre las piernas por su actitud grosera. Aunque algo me hizo presagiar
que no se daría por vencido tan fácilmente, de alguna manera ya me había dejado
caer que era un tipo listo, de esos que no necesitan hacer las preguntas
directas para obtener la información que necesita.
Antes de que pudiera decirle
nada continúo hablando...
.- “No sé porque me sorprende,
una chica hermosa como tú, con esos ojos tan bellos, una figura magnífica, buen
culo y buenas tetas, debería haber supuesto que venía acompañada", dijo
recuperando de nuevo su sonrisa canalla al tiempo que le daba una calada a su
cigarrillo, y me conquistaba con esos ojazos azules casi perfectos.
Yo me quedé como hechizada por
su mirada pese al atrevimiento de sus palabras y su actitud soberbia. Lo de
buen culo y buenas tetas no me sonó nada caballeroso, pero lo dejé estar,
quizá, porque también me sentía excepcionalmente halagada por el resto de
piropos, pero sobre todo estaba sorprendida por su atrevimiento. Hacía tiempo
que nadie se me insinuaba de esa manera y mucho menos tan descarada. Desde
luego que mis advertencias no lo amedrentaron en absoluto, de hecho no me hizo
ni caso. Ejecutó bien su jugada, supo seducirme con sus ojos mucho mejor que
con sus palabras.
“Sus ojos, sus ojos, sus
ojos”, yo no tenía otra cosa en la cabeza. No sabía que pensar ahora de él.
Hacía tiempo que no me escuchaba nada parecido, ni mucho menos tan directo.
Supongo que la edad le proporcionaba a aquel tipo tanto la seguridad como la
osadía necesaria para decir sin tapujos lo que pensaba. Además, al cincuentón parecía darle igual lo
que acababa de decirle, la presencia de mis amigos, o que estuviese acompañada
por mi marido. Pese a mis advertencias continuó en su objetivo por tratar de
ligar conmigo.
Sus palabras me pusieron
evidentemente nerviosa, y cuando me pongo nerviosa siempre reacciono
acariciándome el pelo y sonriendo como
una tonta. Así que mis manos recogieron mi melena rubia a un lado de mi cuello
y pude sentir la brisa del aire recorriendo mi nuca. Tal vez la caricia del
aire me produjese el escalofrío que sacudió mi cuerpo de arriba abajo, o tal
vez el escalofrío fuese la respuesta natural de mi cuerpo ante la presencia de
aquel extraño. No había pasado ni tan siquiera un minuto desde que estuviese
sola con él en la puerta, y mi cuerpo ya temblaba como el de una niña por
primera vez.
Él, observando meticulosamente
mis gestos, advirtió que de repente estaba como más agitada y nerviosa. El muy
capullo acertó pensando que el culpable de mi alteración era él, y se sonrió
ganador. Quiso dejar claro sus intenciones.
.-"Sabes…no hay nada que
me parezca más sexy que una mujer jugando con su pelo” pronunció a media voz
muy sugerentemente acercando su cuerpo al mío, sin dejar de mirarme a los ojos,
y a la vez que su boca exhalaba el humo de su interior en mi dirección tratando
de acorralarme contra la pared.
Yo me reí tontamente ante su
osado comentario pensando que era un engreído más en la lista de moscones, su
gesto caducado de tipo duro que se hace el interesante me puso más nerviosa aún
si cabe, y tras confirmar la sospecha de que estaba tratando de ligar conmigo a
pesar de que le había dicho que estaba con mi marido, me dejaba intranquila.
Además me sentía acorralada, en su maniobra había invadido claramente mi
espacio interpersonal, y eso me agitaba por dentro. Para colmo estaba siendo
directo, demasiado directo para mi gusto en sus intenciones.
De repente una de las compañeras
de los amigos de mi esposo salió también fuera a fumar. “¡Salvada!” pensé al
entablar la típica conversación insulsa con la pareja del amigo de mi esposo.
Una sensación divertida se
apoderó de mi cuerpo al contemplar la cara de aquel individuo que observaba
atónito como prefería la superficial conversación con la amiga a la suya. Los
tres permanecíamos bajo el umbral de la puerta, aunque solo nosotras dos
hablábamos. Me divertía regodearme en el fallido intento de ligar conmigo por
parte de aquel tipo que me miraba
desconcertado mientras apuraba su cigarrillo mirándome a los ojos algo enojado
y sin decir nada.
Se produjo una punzada de
decepción en mi vientre cuando el misterioso ligón apagó rápidamente el
cigarrillo, y regresó con prisas al interior. Yo estaba contrariada, de alguna
forma esperaba algún tipo de intento más por su parte que no se produjo.
Albergaba la esperanza de que no se diese por vencido tan fácilmente. Quería
salir de dudas, y no veía el momento en que regresar de nuevo al interior del
bar tras él. Aguanté las apariencias y me contuve por la recién llegada de la
amiga.
Tras los típicos comentarios
absurdos de dos personas que apenas tienen algo en común, la amiga y yo
finalmente nos sumergimos de nuevo en el calor y la oscuridad del pub. Me
sonreí pícaramente cuando contemplé a mi admirador apoyado en la barra del bar, en la misma
posición de antes, devorándome de nuevo con sus ojos nada más verme entrar.
“Bueno, esos ojos bien merecen una segunda oportunidad” pensé yo también nada
más descubrirlo.
Me gustó contonear mis caderas
para él al pasar entre las sillas de regreso al grupo de amigos. Podía sentir
sus ojos clavados en mi cuerpo. Me propuse hacerle sufrir por no tener los
arrestos suficientes pavoneándome ante su atenta mirada.
Me acababa de sentar de nuevo
en la mesa junto al resto de amigos, cuando al poco alguien derramó los vasos
salpicando toda la mesa de cerveza y de líquidos. Todos nos levantamos de
inmediato tratando de evitar que nos mojásemos en medio de un desconcierto. Ya
os imagináis la situación. Mientras algunos se agarraban a sus cervezas medio
llenas, y otros recomponían los vasos caídos, yo marché a la barra a pedir un
trapo con el que poder secar la mesa.
El destino quiso que hubiese
un espacio libre en la barra para pedir la bayeta junto a mi admirador, justo
tras una columna en la que él estaba apoyado, y desde la que detrás no se podía
ver la tele. Por eso estaba vacía esa zona de la barra, porque desde detrás no
se podía ver el partido. Para mi suerte esa posición quedaba a resguardo del
grupo de amigos y de todos los que estaban del otro lado de la columna. Quise
comprobar si el tipo intentaría algo de nuevo conmigo, o si se habría dado por
vencido. Lo comprobé nada más sentarme en un taburete a su lado esperando a
pedir la bayeta.
.-“Vaya es una pena” me dijo
el cincuentón nada más acomodarme a su lado en la barra tras la columna.
.-“¿El qué?” le pregunté yo
pensando que no me había defraudado y que volvía a las andadas.
Me alegré de que intentase
entablar conversación conmigo, era como si de repente me hiciese sentir lo
suficientemente irresistible como para desistir así como así de mis encantos.
.-“Te has manchado el vestido”
dijo muy a mi pesar.
Pasé súbitamente de la
alegría, a llevarme una gran decepción por su comentario. Me esperaba que me
dijese que era una pena que estuviese mi marido presente o algo por el estilo,
pero no, no fue así, para mi decepción tan solo me informó de que me habían
salpicado la minifalda de cerveza. Era evidente por el alboroto que formamos
que todo el bar se había fijado en el grupo de amigos, mi admirador no era
ninguna excepción.
.-“¿Dónde?” pregunté
inocentemente siguiéndole el juego sin querer distraída por mis pensamientos
lógicos.
.-“Te han salpicado aquí y
aquí” y el tipo aprovechó para tocarme señalando con su dedo en la parte baja
de la falda donde podían apreciarse pequeñas gotas de cerveza que habían
salpicado la tela.
Lo cierto es que el madurito
me pareció experimentado en estas artes, lo hizo disimuladamente, pillándome
por sorpresa, con total naturalidad, pero se benefició de los acontecimientos
para dejar su mano descuidada y acariciarme la piel a medio muslo en mi pierna,
justo dónde acababa la tela de mi minifalda. Lo hizo así, sentados el uno
frente al otro en sendos taburetes, con total atrevimiento, como quien no
quiere la cosa, como si fuese lo más normal del mundo, pero sobretodo
comprobando como mis piernas temblaban de excitación al notar el descaro de su
mano. Abrí mi boca dispuesta a recriminarle su caricia, pero antes siquiera de
que lograra articular palabra, el cincuentón tomó hábilmente la iniciativa.
.-“Es muy fina” pronunció
mirándome a los ojos al verme totalmente paralizada por el contacto de su mano
en mi pierna, su caradura, y comprobando mi reacción.
.-“Si, no sé cómo saldrán las
manchas” dije ingenuamente pensando que se refería a la tela de la falda.
.-“No me refería a eso, sino a
tu piel” pronunció en un susurro con voz
cautivadora. “Es muy fina” susurró de nuevo mirándome a los ojos
mientras comprobaba la suavidad de mi piel.
¡Madre mía! A poco me derrito
allí mismo en medio de la barra del bar.
Aquel desconocido me había tocado las piernas delante de mi esposo y sus amigos
sin que nadie se enterase, y había logrado que mojase mis bragas de inmediato
tan solo con el contacto de su mano en mi piel. ¡Joder!.
Yo estaba alucinada, no me lo
creía. No sólo no se había acobardado a mi llegada, sino que se había tirado un
órdago en toda regla. Ahí estaba yo, paralizada, totalmente inerte, sin saber
que decir ni cómo reaccionar. Era la primera vez en mi vida que me ocurría algo
por el estilo, y era como si estuviese totalmente sometida por las caricias de
su mano en mi pierna. Bueno, y a sus ojos, unos ojos que se me follaban con la
mirada.
No sabía qué podía hacer, ni
por qué motivo podía recriminarle siquiera su maniobra. Yo pregunté y él me
respondió. En el fondo había sido todo correcto. Debo reconocer que estaba
dominada por la situación, o mejor dicho, aquel
tipo dominaba la situación. Para colmo el tío es que tenía argumentos
para todo…
.-“Creo que también te han
salpicado de cerveza aquí” dijo mientras volvía a acariciar mi pierna
recreándose con total desvergüenza en un punto fijo del interior de mi muslo
apenas un par de centímetros por debajo de la tela de la falda pero todavía en
el alcance de su vista.
.-“Es una peca” musité entre
risas por las cosquillas que me producía contemplar como una tonta como su dedo
insistía en acariciarme en tan delicado punto, pues el lunar quedaba oculto
justo al límite del doble de la minifalda.
.-“Perdón, que tonto soy” dijo
retirando su mano inteligentemente antes de que pudiera recriminarle nada al
informarle que se trataba de una peca y no de lo que él pensaba.
Yo respiré aliviada al
comprobar como retiraba su mano de mi pierna.
.-“Que sepas que me parece muy
sugerente y sexy esa peca tuya” dijo adelantándose de nuevo a mis palabras y mi
reacción, siempre mirándome fijamente a
los ojos, y regocijándose por su victoriosa maniobra.
.-“Gra…, gracias” balbuceé sin
saber qué hacer o como corregir su insultante caricia.
Debí parecerle tontita, con lo
poco que me gusta.
En otras circunstancias le
hubiese arreado un bofetón por su insolencia, y sin embargo aún estaba tratando
de asimilar lo que había sucedido. Me había tocado la pierna, o mejor dicho, me
había metido mano y casi ni me entero. ¡Menudo sinvergüenza!.
A lo que reaccioné planteándome la opción de
arrearle un bofetón por su osadía, la camarera interrumpió nuestra conversación
para entregarme el paño con el que poder limpiar la mesa. Regresé airada por lo
sucedido junto a mi esposo y el resto de amigos para secar la mesa, no sin
antes tener que someterme a la mirada inquisidora de la amiga con la que
minutos precedentes estuviera fuera, y de la que me temo debía haber visto algo
de lo sucedido tras la columna. De hecho, fue ella quien se ofreció
sospechosamente para devolver la bayeta en la barra. La mala suerte quiso que
lo hiciese en el mismo lugar que yo. Contuve la respiración al observar como el
susodicho le decía algo. “¿De qué estarán hablando?, ¿qué coño le estará
contando?” pensaba temerosa el verlos hablar en la distancia.
Yo quise demostrarle a la
amiga a su regreso, que lo que pudiera haber visto o haberle dicho aquel tipo,
no era más que fruto de la imaginación. Pensaba negar cualquier acusación. Como
estaba sentada al lado de mi esposo, quise agarrarme a él del brazo en señal de
cariño y fidelidad ante su amiga, que por suerte me ignoró a su regreso de la
barra.
Lo cierto es que cuanto más me
aferraba de la mano de mí esposo, más se humedecía mi tanguita por cuanto
acababa de pasar. Y es que durante unos cuantos minutos no pude evitar
permanecer concentrada tratando de recordar el tacto de aquel desconocido
acariciando mi pierna.
A los pocos minutos dio
comienzo el partido de fútbol y la amiga se olvidó definitivamente de mí para
centrar su atención en la pantalla de televisión. Gracias a dios, por mi posición,
apenas tenía que girar un poco el cuello para ver el partido. Estaba apoyada
contra la pared del bar, ladeada respecto de la tele, y casi de frente en
posición natural a mi admirador que no cesó de observarme ni un solo momento.
Inevitablemente me percaté de
que seguía mirándome sin ningún tipo de pudor. Yo que no soy de las que me
amedrento acepté el reto, y pese a lo que había ocurrido, me propuse seguir
jugando con él mientras se desarrollaba el partido. Todavía me preguntaba cómo
había podido suceder lo que había sucedido. Debía dejarle claro que pese a todo
era yo quien llevaba la iniciativa, que su caricia no había sido robada, sino
que era consentida por mi parte, que no era tan tontita como se creía, y que
estaba dispuesta a llevar el reto un poco más lejos. Además, de alguna manera
me había dejado con ganas de más. Había iniciado un fuego que debía extinguir.
Mientras permanecía abrazada a
mi esposo, no podía evitar pensar en otra cosa que no fuese el preguntarme una
y otra vez cómo había sido capaz de ingeniárselas para meterme mano de forma
que yo me dejara, a pocos metros de mi esposo, y para su entero regocijo. Se
convirtió en un pensamiento obsesivo para mí durante unos cuantos minutos.
Cuanto más pensaba en ello, más debía reconocer que había sido la experiencia
más excitante en mi vida con creces hasta el momento.
Por su parte, él, no dejaba de
observarme con esos ojos azules tan penetrantes para mí. Era evidente que él
tampoco prestaba atención al partido, y que toda su atención estaba puesta en
mí y en mis movimientos. Me sentí alagada a la vez que intimidada.
Mi marido estaba sentado a mi
lado casi de frente en dirección a la pantalla, por lo que yo podía ver lo que
él miraba, mientras que en cambio él debía girarse por completo para ver lo que
yo hacía. Era el momento oportuno de avanzar un poco más en nuestro juego. En
esa posición yo misma guie la mano de mi esposo hasta mi pierna, y él, ajeno a
todo cuanto se traía su esposa entre manos, comenzó a acariciarme por el
interior de mis muslos inconscientemente. Es más, mi esposo continuaba mirando
atento al partido mientras su mano se deslizaba como por costumbre de abajo
arriba, y de arriba abajo recorriendo mi muslo más cercano a su posición.
Hubo un momento en que todo el
mundo miraba a la tele abducidos por el fútbol. Todo el mundo menos una persona
en aquel bar, que no dejaba de mirarme y mirarme comprobando mi aburrimiento y
mis ganas por divertirme.
Yo no podía dejar de pensar en
todo cuanto había ocurrido detrás de esa columna. “Qué cabrón, me ha metido
mano” pensaba sin poder impedir darle vueltas al asunto, “y lo peor de todo es
que ni me he enterado. Seguro que piensa que soy una tonta”. Este pensamiento
me encorajinaba por momentos y quise retomar la iniciativa. Estaba dispuesta a
atacar en vez de defenderme. Me propuse darle un escarmiento.
Cómo estábamos casi enfrente el uno al otro en la distancia,
quise entreabrir mis piernas un poquito a la vez que era mi esposo quien me
acariciaba la pierna. Le dejé claro con mi sonrisa que deseaba que fuese él y no
mi esposo, quien recorriese mi muslo con su mano. Supongo que él también
deseaba que fuese su mano la que acariciase mi pierna. Es más, en un momento
dado señalé la peca de mi pierna que momentos antes me acariciase. Aquel
individuo estaba atento a mí abrir y cerrar de piernas sin perderse el más
mínimo detalle de lo que hacía o sugería. Incluso achinaba los ojos tratando de
adivinar el color de mis braguitas que yo ocultaba al límite. Por unos momentos
me sentí como la protagonista de la película “Instinto básico”. De vez en
cuando me relamía los labios, humedeciéndolos descaradamente con mi lengua, y
él disfrutaba de mi espectáculo.
El muy Don Juan apuró a modo
de brindis su copa en la distancia evidenciando que se había fijado en mi sutil
provocación. Yo quise recompensarle y
apuré de un trago lo que quedaba de mi cerveza correspondiéndole en el brindis
a distancia. Ese trago de cerveza junto con el saludito anónimo en la lejanía,
alentaron aún más mi deseo de coquetear
y jugar con el cincuentón de ojos azules. Las posiciones estaban claras. Él
pobre se hacía ilusiones porque yo se las provocaba.
De vez en cuando intercambiaba
algún comentario con mi esposo para que no sospechase de nada, pero siempre me
aseguraba con el rabillo del ojo de que mi admirador estaba ahí observándome.
Resultaba un poco extraño todo aquello, pero era como si aquel desconocido se pusiese celoso cuando yo hablaba de vez en
cuando con mi marido. Así que disfruté torturándolo con las caricias inocentes
de mi esposo por el interior de mis muslos, y mi sugerente abrir y cerrar de
piernas. El tipo tuvo que corregir su posición varias veces en el taburete en
el que estaba sentado preso de los nervios. Yo en cambio estaba en la gloria.
Quise martirizarlo un poco más
y comencé a jugar con mi pelo, recogiéndolo a un lado de mi cuello y desnudando
mi nuca. Incluso comencé a acariciarme yo misma a un dedo por el cuello,
mientras su mirada se clavaba en cada centímetro de piel que desnudaba para sus
ojos. Esos ojos que siempre me animaban a ir un poco más lejos.
Estaba resultando todo muy obvio entre los dos, y eso me hacía
disfrutar más aún. Seguro que se pensaba que me tenía a tiro y que caería
rendida a sus pies, pero nada más lejos de la realidad en mis pensamientos.
Lo que me resultaba increíble
era que nadie más en todo el pub se percatase de nuestro coqueteo. Comprobaba
una y otra vez como todo el mundo miraba hipnotizado la pantalla de televisión.
Me recordó por unos momentos la canción de Paul Simon y Garfunkel, la de The sound
of Silence.
Yo comenzaba a estar además de
algo mareada por la cerveza, excitada por el juego, y no por el de la selección
precisamente. Como no me conformo con poco, decidí llevar el tema un poquito
más lejos. Ese es mi problema, siempre quiero un poco más, y después de un poco
más, un poco más aún. Quise ser mala. Me sentía como esa gatita mimosa que
juega con el ratón antes de devorarlo. Quise que aquel engreído se fuese a casa
con el rabo entre las piernas, a meneársela como un mandril, pensando en todo
cuanto soñaba hacerme y no pudo hacer.
.-“¿Puedo?, tengo sed” le
pregunté a mi esposo cogiéndole su botellín de Franziskaner. Fue de las pocas
veces que se volteó mi marido en todo el encuentro para mirarme extrañado, sabe
que no me agrada beber la variedad de cerveza que él estaba tomando.
.-“Mi copa se ha acabado” dije
señalándole mi pinta vacía y justificándome ante mi esposo. Seguramente se
pensó que tendría sed, aunque yo lo que quería era el botellín.
.-“Pídeme otra en que te la
acabes” dijo sorprendido, pero en seguida dejó de mirarme alertado por una
ocasión fallida de la selección española.
.-“Huyyy” gritó todo el bar a
la vez que yo cogía el botellín de cerveza dispuesta a darle un espectáculo a
mi voyeur personal que nunca olvidaría.
Quise beber sin perder en la
distancia los ojos de mi admirador, y
simulé al tiempo que bebía lo que podía ser una pequeña mamada con mi boca.
Incluso en un momento en el que me aseguré que nadie me veía, recorrí con mi
lengua el cuello del botellín de la Franziskaner. Creo que hasta el mismo monje
impreso de la marca se hubiese corrido
de ser real mi felación.
“Seguro que el muy cerdo se
piensa que soy una guarrilla, que se la pego a mi marido con el primero que
pasa, y que me puede follar cuando quiera” me dije a mi misma mientras
contemplaba como el pobre cincuentón ya no sabía cómo sentarse en su taburete.
Se estaba poniendo malo con
tanto jueguecito. Es más, adiviné a pesar de la distancia como un bulto
incipiente crecía entre la tela de sus pantalones. Me sonreí al ver aquello. Me
estaba divirtiendo y mucho. Sin duda estaba resultando ser el mejor partido de
fútbol de mi vida. Con suerte, si ganaba la selección mi marido tendría ganas
de echarme un polvo al llegar a casa, y yo tal vez pensase en los ojos de aquel
tipo, en su mano acariciando mi pierna, y en todo lo que podía haber sucedido y
nunca sucedió.
De momento todo eran
provocaciones y bravatas, aunque bastantes inofensivas. Pero como digo, yo
siempre quiero más, un poco más. “¿Hasta dónde eres capaz de llegar con este
jueguecito, Sandra?” me pregunté mentalmente mientras continuaba con aquellas
miraditas y mis sugerencias.
No sé si envalentonada por la
situación, por vengarme de mi esposo que ya me había dejado claro que prefería
a doce tíos corriendo detrás del balón que a su mujercita, o porque se acabaron
nuestras cervezas, que me incorporé de la silla en la que estaba, dispuesta a
acercarme de nuevo a la barra junto a aquel tipo. Podía haberle pedido a mi
marido que se levantase él por las consumiciones, delegarle mi pecado. Pero no,
yo no soy así, quería ir yo misma, y provocar alguna situación excitante.
Quería ver con que me salía el tío ahora. No por nada, por curiosidad.
Curiosidad por saber cómo se las iba a ingeniar, o qué treta usaría para
tocarme de nuevo.
.-“¿Qué es lo que quieres?” le
pregunté a mi esposo mientras le hacía el ademán de que me iba a acercar a la
barra a pedir, pero con la intención de alertar a mi admirador para que se
preparase de mi llegada.
.-“Otra Franziskaner” dijo sin
dignarse a mirarme siquiera atento por no perderse ni un detalle del partido.
.-“Que sea dunkel” gritó mi
esposo mientras yo caminaba en dirección a la barra sin que el pobre sospechase
de nada de lo que podía ocurrir.
Por supuestísimo que me
acerqué a la barra a pedir en el mismo lugar que antes, esto es, detrás de la
columna, junto a mi admirador. El madurito cincuentón me sonrió maliciosamente
mientras caminaba moviendo el culo en dirección a su posición. Sabía que iría
en su busca, otorgándole otra oportunidad.
Bueno, pues si quería algo
debía ser él quien diese el primer paso. Yo ya había hecho bastante. Una
también tiene su dignidad, y decidí que fuese él quien tomase la iniciativa. Si
quería seguir con el juego debía atreverse a tomar el mando y decirme algo.
Cuando llegué me situé a su
lado pero de frente a la barra, como ignorándolo, albergando la posibilidad de
que como todos los tíos se cortaría y dejaría pasar la oportunidad.
.-“Perdona, no nos hemos
presentado antes” dijo dándome unas palmaditas en la espalda a la altura de los
riñones para llamar mi atención nada más
apoyarme en la barra. No me quedó más remedio que girarme y mirarlo a los ojos.
Él bajó del taburete para quedar los dos en pie.
¡Dios mío que ojazos!. Ahora
en la distancia corta entendí de nuevo porque había comenzado todo. Su sola
mirada me derretía por dentro. Era mirarlo a los ojos y todos mis principios se
derrumbaban de golpe. “¿Pero que tienen de especial esos ojos?”, me preguntaba
una y otra vez sin encontrar respuesta abducida por su mirada.
.-“Yo soy Antonio” dijo
bajando su mano hasta cogerme de la cintura para intercambiar los dos besos de
rigor en una presentación.
Me equivoqué en mis
deducciones anteriores, por su manera de agarrarme, dejó claro que le gustaba
tener la iniciativa y tomar el mando. De momento no quise contrariarlo.
.-“Yo soy Sandra” le
correspondí con los dos besos en la mejilla de forma educada, tratando de
mantener la distancia.
.-“Oye Sandra, déjame que te
invite a una copa” me sugirió mientras continuaba intencionadamente con su mano
en mi cintura.
.-“Oh…, no hace falta gracias”
le dije mirando con mala cara fingida su mano a la altura de mi cadera con la
intención de que la apartase.
Ambos sabíamos que mi gesto de
desaprobación no era más que una pose frente al resto de amigos que pudieran
verme. Debía aparentar mi papel de fiel y recatada esposa. Lo malo es que a
pesar de recriminarle su gesto con mi mirada no me hizo el menor caso. No me
gustó que no siguiese mis instrucciones, me incomodaba su mano estratégicamente
acomodada en mi cintura, alguno de los amigos podía descubrirnos y ponerme en
un aprieto.
.-“Insisto, Sandra, ¿qué
quieres tomar?” me preguntó mientras llamaba con un chasquido de dedos a la
camarera y tiraba de mi cuerpo junto al suyo.
.-“No gracias” le repetí yo.
”Además vengo a pedir también para mi esposo, ¿también vas a invitarlo a él?”,
le advertí con cierta ironía en mi voz tratando de ahuyentarlo. Pero en vez de
eso, hizo fuerza de nuevo con la mano que descansaba en mi cintura para acercar
nuestros cuerpos.
Su maniobra de acercamiento me
resultó de entrada un poco brusca, y las intenciones de su mano muy descaradas.
Pensé que me había equivocado dándole otra oportunidad y que lo mejor era poner
tierra de por medio en que me diese la excusa.
.-“Entenderás, que no soy de
los que admiten un no por respuesta. Además, eso no es problema, ¿dime lo que
quiere tu esposo?. Os invito a los dos” me preguntó al tiempo que deslizaba su
mano abierta de par en par hasta mi culo y lo apretaba con su mano, como si la
palabra esposo y su sobada de culo no fueran incompatibles para él.
Mis ojos quedaron en blanco y
todo mi cuerpo dio un respingo al notar su palma de la mano explorando mi
trasero.
.-“¿Qué haces?. ¡Estás loco!.
¡Pueden vernos!” le espeté al tiempo que trataba de apartarle de un manotazo su
mano de mis cachetes recriminándole la acción.
.-“Ja, ja, ja, ¿eso es todo lo
que te preocupa?, ¿Qué puedan vernos?” se burló de mí en la cara. “Ja, ja, ja.
Me alegra saberlo” continúo riéndose unos segundos que a mí me parecieron
eternos mientras su mano continúo explorando las curvas de mi cuerpo.
Su chance había logrado
enfadarme definitivamente por completo. Lo miraba claramente enfurecida, llena
de rabia y de odio en los ojos por sus comentarios sarcásticos y por su
descarada maniobra. Y sin embargo…, cada vez que él me devolvía la mirada con
esos ojazos azules sabía cómo domarme. Era como si yo fuese un caballo furo, y
su mirada el látigo que me adiestraba. Comencé a quedar confusa en una mezcla
de furia y rendición. Rompió el pequeño silencio que siguió a las risas.
.-“Ya te dije que no aceptaré
un no por respuesta. Déjame que os invite” insistió de nuevo tanto en su
propuesta, como en el gesto de agarrarme bien del culo y atraer de nuevo mi
cuerpo contra el suyo.
Yo miré de nuevo su mano en mi
culo, observando su insistencia, su descaro, su atrevimiento. Luego lo miré a
él, volví a mirar su mano bajo mi cintura, y de nuevo lo miré a él. Deduje
sopesando sus palabras que efectivamente no aceptaría un no por respuesta, y
que sería mejor llevarle la corriente al menos por el momento sino quería
montar un numerito.
.-“Esta bien”, dije tratando
de seguir el juego y no contrariarlo, “una franziskaner dunkel y una pinta de
guinness negra” le informé de lo que queríamos mi marido y yo, mientras pensaba
que una tocada de culo como la que me estaba dando, bien merecía al menos que
nos invitase.
Justo en ese momento la
camarera llegó hasta nuestra posición.
.-“¿Qué van a tomar?”, le
preguntó la chica al supuesto Antonio con quien parecía tener alguna confianza.
.-“Una franziskaner y un ron
con coca cola”, pronunció Antonio para mi desconcierto.
.-“¿Para quién es el ron?” le
pregunté contrariada.
.-“Lo he pedido para ti” dijo
como si fuese lo más normal del mundo.
.-“No oye, no…, que yo no bebo
ron” traté de avisar a la camarera, pero con todo el jaleo que había, la chica
se retiró a prepararlo antes de que pudiera poner ninguna objeción por mi
parte. Acto seguido miré a Antonio como exigiendo una explicación por la
tontería que acababa de hacer.
.-“Espero que te guste el ron,
porque lo que es yo, no pienso bebérmelo” le dije mirándolo con cierta guasa
dispuesta a rechazar su consumición mientras dejaba que su mano siguiese
acariciando sutilmente mi trasero.
.-“Ya te dije que no acepto un
no por respuesta” y dicho esto me propinó un pizco en culo que me hizo botar en
mi sitio pillándome desprevenida. Yo lo miré estupefacta y cariacontecida. Esta
vez, se había pasado de la raya.
Una cosa es que me tocase el
culo con cierto disimulo y otra bien distinta que me pellizcase de esa manera.
Me había hecho daño. No entendía a qué venía esa reacción, ni esa actitud, pero
lo cierto es que su osadía y su descaro me tenían desconcertada. Me había
dolido. Seguramente mi moflete estaría ahora enrojecido.
.-“Beberás lo que yo te diga”
dijo con voz autoritaria y tirando de mi cuerpo para acercarme aún más al suyo,
a pesar de que yo le había dejado claro que trataba de mantener la distancia.
Resultaba evidente que aquel
tipo quería tomar un roll como de tío dominante. Algo así como soy muy macho y
todo eso. No sé, tal vez yo me lo había imaginado todo de otra manera. Algo así
como que me lanzaba un piropo, me recitaba una poesía o algo por el estilo. Me
lo había imaginado como se supone cortejaba la gente de su edad a las mujeres,
y sin embargo, resultó todo tan directo, tan brusco y autoritario, que no me lo
esperaba. Tampoco sabría precisar si me parecía agradable o no, en esos momentos.
Era todo tan surrealista para mí. Debería haberle partido la cara en el primer
momento en que me acarició el muslo de la pierna, o haberle dado un buen
bofetón con el primer pizco en el culo, y sin embargo, ahí estaba yo, toda
permisiva ante la sobada de trasero de ese desconocido de ojos cautivadores.
Por suerte se acercó la
camarera justo a tiempo con las consumiciones, y tuvo que apartar sus manos de algo más abajo
de mi cintura para pagar a la chica. Momento que yo aproveché para pillar la
cerveza de mi esposo y regresar a su lado, dejando al engreído de ojos azules
con un palmo de narices, rechazando su invitación al abandonar su ron encima la
barra. ¡Menuda soy yo como para que nadie me diga lo que tengo o debo dejar de
hacer, y mucho menos lo que tengo o debo dejar de beber!.
.-“¿Tú no bebes nada?” me
preguntó mi marido al verme regresar sin mi consumición y como por cortesía, porque al instante
siguiente estaba de nuevo mirando a la pantalla de televisión y olvidándose por
completo de su querida esposa atento al dichoso fútbol.
Yo quise integrarme por un
momento en la dinámica del fútbol y olvidarme del presuntuoso tipo que había
dejado en la barra con un palmo de narices. Pero el caso es que el tontorrón de
mi marido jugo a favor del desconocido. En cierta ocasión nos pitaron algo así
como fuera de juego. Yo quise preguntarle a mi marido en qué consistía eso del
fuera de juego, y él me lo explicó como si fuera tonta, dejándome en evidencia
delante de sus amigotes. Eso es algo que no soporto, que me dejen como tonta.
Yo misma me excluí de sus conversaciones a partir de ese momento.
No me hizo ni pizca de gracia,
pero lo cierto es que lo único divertido en aquel bar era el tipo de la barra.
Mi indignación por la actitud de mi marido me llevó a mirar de nuevo hacia el
susodicho. El cual no hacía más que indicarme con una sonrisa sarcástica el ron
con coca cola que se había quedado en la barra, como diciéndome sin palabras,
pero con gestos, que se me bajasen los humos y volviese a recogerlo.
“¿Qué se habría creído ese
cretino?, ¿Qué a mí me maneja cualquiera?.
Está completamente equivocado si piensa que voy a hacer lo que él quiera
porque él lo diga” pensaba sentada junto a mi marido ajena a todo cuanto acontecía
en aquel pub por no prestar atención al maldito partido. Caí completamente
ensimismada en mis pensamientos y en mis dudas durante el resto de la primera
parte. Hubo un rato en el que ni miraba al partido, ni miraba hacia la barra.
Simplemente me agarraba al brazo de mi esposo y dejaba pasar el tiempo.
Así llegó el descanso.
De repente todo el mundo se
levantó de sus sillas con la intención de fumar un cigarrillo o ir al baño a
descargar. Un revuelo generalizado de gente de aquí para allá se formó en todo
el bar.
A mí alrededor solo se hablaba
de fútbol y de tácticas. Que si no estamos jugando bien, que si hemos tenido
cual o tal oportunidad, que si debe sacar a este o al otro. En fin, más de lo
mismo. En el trasiego de ir y venir de la gente
pude fijarme en el hombre de la barra. Continuaba mirándome fijamente
sin levantarse siquiera de la silla esperando impaciente a que regresase por mi
bebida.
Las circunstancias me llevaron
a replantearme el asunto. Por una parte algo me decía que lo dejase estar, ya
tenía bastante, pero por otra parte sentía curiosidad por saber hasta dónde
hubiera sido capaz de llegar aquel tipo. ¿Qué hubiese pasado de aceptar su
invitación?. Mientras lo pensaba una y
otra vez, aún podía sentir el picor de su pizco en mi enrojecida nalga. Aunque
no sé si me dolía más el pizco o mi orgullo.
Bien pensado, me había metido
mano entre las piernas, me había tocado el culo delante de todo el mundo, ¡y
nadie se había dado ni cuenta!. ¿Cómo se supone que debería sentirme?. Debía
reconocer que el tipo se las había ingeniado muy bien. “¿Qué puede ser lo
siguiente?” me preguntaba una y otra vez, mientras comenzamos a intercambiar
miraditas de nuevo en la distancia. Al contrario que mi esposo, si por un
momento me había quedado fuera de juego, él supo meterme de lleno otra vez en
el encuentro.
Todo el mundo se apresuró a
regresar a sus sillas. La segunda parte estaba a punto de comenzar y todos
trataban de retomar las mismas posiciones de antes. De nuevo un revuelo de
gente alterada por regresar a sus asientos.
En esos momentos tuve claro
que todo acabaría al acabar el partido. De no remediarlo había quedado
claramente como perdedora. Él saldría ganando, se regocijaría en su pequeña
victoria y eso era algo que no estaba dispuesta a permitir. El solo pensar como
iría contando a sus amigos que había metido mano a su antojo a una treintañera
casada, delante de su marido, me hervía la sangre por dentro. Así que tenía
cuarenta y cinco minutos por delante para marcarle un gol por toda la escuadra
y darle su merecido. No estaba dispuesta a que se saliese con la suya.
Pensé que seguramente ya no
volvería a ver más a ese cincuentón de ojos misteriosos que dijo llamarse
Antonio, así que tenía medio tiempo para darle la vuelta a la situación. Además
tenía sed, o esa fue la excusa que encontré para justificarme en mi
comportamiento, y aunque no me hacía la menor gracia humillarme ante aquel tipo
al recoger la consumición, no encontré otra solución mejor para continuar con
el juego. Me propuse como estrategia ceder algo de terreno si quería iniciar mi
contrataque. Así que aproveché el alboroto del parón del descanso, y me levanté
de nuevo en dirección a la barra a tratar de recuperar el ron al que había sido
invitada.
.-“¿Te lo has pensado mejor?”
me preguntó el tal Antonio con una sonrisa satírica nada más verme llegar
dócilmente hasta su posición.
No me gustó su actitud
triunfalista, pero le seguí el juego dispuesta a darle la vuelta a la contienda
y quedar victoriosa.
.-“Siempre hay que probar
cosas nuevas” le sonreí maliciosamente al tiempo que cogía una de las pajitas
del vaso de ron con cola y le daba un primer sorbo marcando sugerentemente mis
labios alrededor de la pajita.
Pensé que tampoco había sido
para tanto, y sentí que salí más o menos airosa de mi regreso. Resultaba evidente
que estaba jugando de nuevo con fuego. Eso me gustaba. Además, sus ojos me hicieron sentir de nuevo
viva por dentro, su mirada, siempre me tentaba a incitarle más, un poco más. La
bebida me ayudó un poco a tragarme ese orgullo tan grande que tengo, estaba más
cargada de lo que pensaba en un principio, o al menos yo no estaba acostumbrada
al ron. Por la cara que debí poner mi rival se dio cuenta y me dijo…
.-“Veo que no estás
acostumbrada a cosas fuertes” dijo posando de nuevo su mano en mi cintura.
Reprimí que mi cuerpo tosiese
por culpa del ron y continúe con mi papel de mujer fatal.
.-“¿Y tú?, ¿a qué estás
acostumbrado?” le pregunté con cierto rin tin tín en mi tono de voz mientras
contemplaba de nuevo su mano en mi cintura.
Los dos observamos al unísono
por unos instantes la mano que acababa de posar en mi cuerpo. Él a la espera de
mi reacción y yo impertérrita ante los hechos. Los dos sabíamos lo que suponía
ese gesto.
Hubo un momento de quietud
como si él mismo no se creyese mi pasividad. Incluso a él mismo le debió de
parecer todo muy fácil. Juro que quise resistirme, retomar la iniciativa, y sin
embargo, no lograba entender porque no lo hacía. Mi permisividad en esos
momentos contrastaba con la intención inicial con que regresé a darle su
escarmiento. Lo malo es que a partir de ese cruce de miradas ya estaba todo
dicho entre los dos. Luego sin mediar palabra, pero mirándome todo el rato con
esos profundos ojos azules, y una sonrisa satírica en su cara, deslizó su mano
hasta posarla bien abierta de nuevo sobre todo mi culo.
.-“Digamos que estoy
acostumbrado a que las mujeres me obedezcan” respondió con cierto aire de
machismo y de superioridad que me puso de los nervios.
Me tuve que morder el labio
para no decirle cuatro cosas pero me contuve. A pesar de que me estaba tocando
el culo de nuevo sin ningún tipo de miramiento, no quería líos en medio del
bar. Mi esposo y sus amigos estaban demasiado cerca como para dar a entender
nada. Yo sola me había metido en eso, yo sola debía salir de allí. “Había
regresado a jugar ¿no?, pues juguemos” pensé para mis adentros mientras le
dejaba hacer.
.-“¿Ah, si?, ¿y por qué crees
que conmigo va a ser así?” le pregunté dándole a entender que se equivocaba de
persona.
.-“Siempre les doy lo que
quieren, tú no vas a ser una excepción” me respondió mirándome fijamente a los
ojos al tiempo que su mano comprobaba la firmeza de mis glúteos.
"¡Mierda!” pensé al notar su mano
explorando la firmeza de mi culo “Este tío no se corta un pelo. Es un
presuntuoso y un engreído. El muy capullo es más descarado y atrevido de lo que
hubiera pensado jamás. Aunque no quiera reconocerlo me gusta su forma de
manejarme. Me domina, es superior a mis fuerzas. Y encima esos ojos. ¡Menudos
ojazos!. Joder, cómo me miran. Tiene que ser maravilloso tenerlo encima tuyo y
que te mire con esos ojazos en el preciso momento en que se corre dentro, a
pesar de que es un capullo, un capullo considerable, pero se le perdona todo
por esos ojos con que te mira." pensaba totalmente desmedida mientras le
daba un segundo sorbo a la bebida sin perderle la mirada en ningún momento, y
me dejaba acariciar a su antojo.
Aún hoy no logro entender
porque me dejaba hacer una y otra vez de esa manera tan fácil. Es algo a lo que
no encuentro explicación racional, y sin embargo estaba sucediendo.
Se hizo un silencio incómodo
entre los dos. Conforme más tiempo pasaba con su mano en mis nalgas, más perdía
mi control sobre la emoción y la desobediencia que le debía haber mostrado en
algún momento. Era como si con el paso del tiempo fuera mucho más difícil
resistirse y más fácil dejarse llevar. El muy cerdo lo sabía, el tiempo jugaba
a su favor.
El caso es que ahí estaba yo,
dejándome acariciar por un desconocido cualquiera a pocos metros de mi esposo
sin saber cómo intervenir en el devenir de los acontecimientos. Quise decirle
que no, que yo no era como las demás. Que no se hiciese ilusiones conmigo.
Debería haber interrumpido su atrevimiento, ponerle freno de una vez, pensar en
mi marido, y sin embargo, y a pesar de todo, era incapaz de resistirme a su
mirada. Esos ojos que lograban adivinar las necesidades más íntimas de mi ser.
.-“Sabes…” pronunció en un
susurro cerca de mi boca como adivinando mis pensamientos, “Yo sé lo que
quieres. Pude verlo en tus ojos nada más verte entrar en el bar”. Me dijo a
media voz acorralándome de espaldas contra la columna.
Aprecié un deseo
inquebrantable en su tono de voz y el peligro con el que venían cargados sus
ojos. Su expresión lasciva se intensificó junto con sus caricias. Se sabía
oculto de miradas inoportunas protegido por la columna.
.-“¿En serio?” le respondí
tratando de burlarme de sus palabras trasnochadas, “¿Y que es lo que quiero?”,
le devolví la pregunta permitiendo su pequeño triunfo, dejando que me llevase contra
las tablas dispuesta a torearlo cuando hiciese falta.
.-“Algunas veces no hace falta
decir nada, las cosas son claras y sin palabras y tú lo sabes”. Dijo sin decir
nada con sus palabras vacías de contenido, pero mirándome atento a los ojos.
Una burda excusa para que sus manos repasasen las curvas de mi cuerpo.
.-“Es un sentimiento que
comparten dos personas y punto” continúo susurrándome a escasos centímetros de
mi boca a la vez que avanzaba en sus caricias, deslizando de nuevo su mano
hasta posarla en mi culo.
Yo lo miraba licenciosa a los
ojos mientras averiguaba lo caradura y sinvergüenza que podía llegar a ser. Ese
puntazo de canalla empedernido que desprendía, junto con sus ojos y su mirada,
eran los que lograban mi permisividad.
Era como si al hablar me hipnotizara con sus ojos y me paralizase con su
labia, más o menos como hacen las serpientes antes de atrapar a su presa. Tuve
que reconocer que nunca había conocido a alguien tan decidido en sus propósitos
a pesar de ser tan insolente.
.-“Tú quieres que suceda, me
lo dicen tus ojos” me susurró en la nuca, ya casi al contacto de sus labios con
la piel de mi cuello.
Aún a mi pesar, y como domada
por su palabrería, contemplé a la mismísima alegría en su rostro cuando sin
objeción por mi parte, deslizó su mano hasta el final de la tela de mi
faldita, y acarició el interior de mis
muslos por la parte posterior de mi cuerpo.
“Joder, ¿pero cómo lo hace?,
lo ha conseguido de nuevo” me pregunté pasiva ante el avance de sus caricias.
Desde luego aquel cincuentón
sabía lo que se hacía, pero sobretodo sabía lo que yo necesitaba. El muy
engreído sabía que necesitaba sentirme acariciada de nuevo por sus manos en que regresé por el ron. A
decir verdad era la primera vez en mi vida que alguien sabía lo que quería sin
que tuviera que pedírselo. O mejor dicho, negándome o contrariándole. Supongo
que eso era seducción, adelantarse a lo que la otra persona quiere y aún ni lo
sabe.
En mi loca cabecita todavía
estaba preguntándome cómo me había dejado llevar tan dócilmente hasta esa
situación, mientras mi cuerpo agradecía el atrevimiento de sus manos. Y es que
en el fondo deseaba que sucediese lo que estaba sucediendo. “Vamos Sandra,
reconócelo, ¿No era eso lo que buscabas cuando te levantaste de la silla?” me reproché
a mí misma mientras notaba de nuevo el contacto de su mano en zona tan delicada
de mi piel “Querías que te acariciase de nuevo” me justificaba yo misma ante mi
pasividad.
En esos momentos me temblaron
las piernas, y mi respiración se aceleró de repente. Era evidente que me
debatía inmersa en un mar de dudas y de temores. Aquel tipo supo aprovechar
bien sus oportunidades. Su mano siguió explorando la suavidad de mi piel en la
parte posterior de mis piernas, subiendo y bajando sus manos disimuladamente
incluso algunos centímetros por debajo de la tela de la minifalda que llegaba
incluso a arrugarse por momentos.
Yo todavía me preguntaba
aferrada con una mano al vaso de ron y la otra en la pajita, cómo era posible
que me estuviera dejando acariciar de nuevo por aquel desconocido de manera
totalmente inapropiada para cualquier mujer casada. Pero tal vez fuese eso
mismo lo que más me seducía de todo, que aquel tipo tuviese los arrojos
necesarios como para acariciarme a pocos metros de mi esposo y sus amigotes.
Anhelaba que mi marido corriese a rescatarme como princesa que rescatan del
torreón en el que yace presa, solo que en este cuento el torreón era una simple
columna, y el príncipe azul prefería ver el partido de fútbol con sus amigos
que acudir al rescate de su amada.
Con la cabeza llena de
pajaritos, y algo de alcohol en las venas, actuaba sonriéndole y mirándolo a los ojos, mientras sostenía en
mi mano un vaso de una bebida que apenas tolero y que sin querer estaba
consumiendo de trago. Me preguntaba una y otra vez, cómo era capaz ese hombre
de adivinar los deseos y perversidades más profundas de mi alma tan solo con
mirarme a los ojos.
Unos ojos que me expresaban su
satisfacción cada vez que sus manos se acercaban más y más hasta las zonas
excepcionalmente íntimas de mi cuerpo. Me bebí como respuesta casi medio vaso
de sorbo succionando de la pajita que aliviaba la tensión de mi cuerpo.
Demasiado ron de una sola vez para mi cuerpo.
En un momento dado me apoyó
definitivamente contra la columna y su cuerpo se sobrevino encima de mí. No
pude o no quise resistirme. A esas alturas las dos opciones me parecían igual
de malas. Esta vez interrumpí mi sorbo para volver a mirarlo a los ojos
suplicando porque se detuviese, al mismo
tiempo que deseaba que siguiese.
A pesar de mis súplicas
silenciosas, su mano alcanzó con decisión la parte baja de mis nalgas por
debajo de la tela de la falda. Por la sonrisa y los ojos que puso, seguro que
se pensó en una primera caricia que no llevaba bragas, que ya venía predispuesta
de antemano. Luego pudo comprobar con su propio tacto que llevaba puesto un
tanga tipo americano con el que jugó a su antojo. Lo que sí fue seguro, es que
pudo comprobar la suavidad de mi piel en mis nalgas semidesnudas.
.-“¡Que suave!” me susurró de
nuevo casi en un contacto de sus labios con el lóbulo de mi oreja, sin dejar de
acariciar la piel desnuda que dejaba la poca tela de mi tanga.
Ni que decir tiene que era la
primera vez en mi vida que alguien me tocaba de esa manera en un bar, yo estaba
ya entregada a sus caricias, mi cuerpo las necesitaba desde hace tiempo, en
concreto el tiempo que llevaba sin hacerlo con mi esposo.
No sé porque recordé la
canción de Duncan Dhu, “…el ron y la cerveza harán que acabes mal, nena ven
conmigo y déjate llevar…”. ¡Que absurdo! Aquel tipo metiéndome mano y yo
recordado estribillos de canciones mientras permanecía pasiva ante las caricias
a las que estaba siendo sometida. Ni tan siquiera mi marido había llegado tan
lejos con sus cariños en un lugar público. Tuve claro en esos momentos que el
alcohol me estaba jugando una mala pasada, estaba mareada y no pensaba con
claridad.
Lo peor de todo es que a esas
alturas tan solo lo miraba a los ojos dejándole hacer. Se entretuvo con la tela
de mi tanga bajo la falda a su antojo durante un par de minutos más o menos.
Hasta que envalentonado y creyéndome suya, trató de alcanzar mis labios
vaginales desde detrás con sus dedos. Me rozó lo justo como para comprobar que
estaba empapada ahí abajo.
En su intento desperté de la
ensoñación en la que había sido atrapada.
.-“No” musité tímidamente sin
tratar de llamar la atención, al tiempo que apoyaba mis manos contra su pecho
tratando de poner distancia entre nuestros cuerpos.
Pude comprobar que tenía un
pectoral fuerte y tenso. Nada que ver con las tetillas fofas de mi esposo.
Absurdamente en medio de la situación en la que estaba envuelta, deduje que
seguramente aquel tipo acudía al gimnasio
o se cuidaba para mantenerse en forma. Mi mente divagaba presa del
alcohol y no del raciocinio. Pese a mis quejas y mi intento de huida Antonio me
retuvo de nuevo contra la columna, y estrechó aún más su cuerpo contra el mío,
impidiendo mis movimientos casi a la fuerza y tratando de alcanzar de nuevo con
sus dedos allí donde ya había llegado una vez.
.-“No” musité de nuevo
apresada contra la columna, “pueden vernos” pronuncié temerosa porque alguno de
los amigos de mi esposo pudiera observarnos.
Mis palabras me delataron.
Antonio que era un tipo listo y no necesitaba más información de la necesaria,
dedujo que mis palabras no eran una negativa a mi deseo, sino al lugar. Avanzó
en sus propósitos y acercó su boca a la mía con la intención de besarme.
.-“Bésame al menos” pronunció
tratando de acercar sus labios a los míos.
"¡No!, No puedo. Aquí no”
me excusaba moviendo mi cabeza de un lado a otro evitando que me besase en la
boca.
Ya no podía negar lo evidente,
y es que a pesar de que mi cuerpo se apartó de él, mis ojos y mi mente me
traicionaban por momentos. Mi conciencia todavía estaba luchando porque hiciese
lo correcto. Un silencioso forcejeo se produjo al amparo de la columna. Una
lucha que se evidenciaba exteriormente, pero con trascendencia en mi interior.
.-"Mi marido está allí
detrás." Le confirmé mis temores al tiempo que me asomé por un lado de la
columna para comprobar que el muy imbécil estaba disfrutando del partido
reanudado sin preguntarse qué le podía estar sucediendo a su esposa en esos
momentos.
Él trató de atraerme de nuevo
junto a su cuerpo, sabedor de todo cuanto sucedía en mi mente. Mi mano fue a
parar otra vez a su pecho, mi palma se apoyaba abierta en él tratando de poner
una barrera entre ambos cuerpos. Durante el tímido forcejeo pude notar el calor
y la firmeza de su cuerpo debajo de su camisa mientras mi boca pronunciaba un
débil…
.-"No, lo siento. Ya es
suficiente" imploré tratando de poner fin a aquella alocada situación.
Intenté zafarme de su cuerpo y escapar de entre sus brazos para salir de detrás
de la columna. Siempre tratando de no llamar mucho la atención, no quería que
se armase una buena. Pero de eso mismo se aprovechaba el sinvergüenza.
.-"Sólo quiero un beso en
agradecimiento por la bebida" me dijo reteniéndome esta vez de forma más
sosegada tratando de poner paz.
.-“Huyyyyy” gritó de nuevo todo
el bar al tiempo que algunos se incorporaban de sus sillas maldiciendo la
ocasión fallida por la selección. Respiré aliviada al comprobar que todo el
mundo estaba atento al partido sin enterarse de lo que pasaba tras esa columna
en medio del bar.
.-“No, aquí no, pueden vernos”
insistí una vez más en mi negativa cada vez que él intentaba besarme,
representando el papel de buena madre y fiel esposa.
.-“Está bien” me dijo “vamos
fuera” y dicho esto tiró de mi sujetándome del brazo por una muñeca en dirección
a la puerta.
Yo lo detuve en su intento. Lo
consideré mejor. Temí que alguien pudiera vernos salir cogidos de la mano.
.-"No. No puedo. Vas a
meterme en un lío y no puedo hacerlo" le dije dubitativa aunque tratando
de aparentar resolución en mi decisión.
"Sabes que no es eso lo
que quieres ¿verdad?" Una vez más podía leer en mis ojos que la respuesta
de mi alma era un sí, mientras mi boca pronunciaba que no.
.-"Tengo que volver con
mi marido " le respondí al tiempo que trataba de deshacerme de su mano que
me sujetaba fuerte de la muñeca.
.-"Sólo un pequeño beso.
Eso es todo lo que quiero" dijo tratando de restarle importancia a su
arrumaco pretencioso.
"No sé, aquí no, pueden
vernos” en mi nerviosismo era el único inconveniente que acertaba a poner y que
se repetía en mi aturdida mente.
.-“Me da igual. Ya te he dicho
que no aceptaré un no por respuesta” respondió dejando entrever su carácter
dominante tratando de acercar nuestras bocas una vez más.
.-“No por favor, aquí no”
supliqué por enésima vez.
.-“Está bien, tú lo has
querido” contestó tajantemente. Y abandonándome allí sola tras la columna, y
para mi total desconcierto, se perdió entre la gente en dirección al fondo del
bar sin mirar atrás muy seguro de que lo seguiría.
“¿Qué coño se creé?, ¿A dónde
va?, ¿Qué habrá querido decir con eso de tú lo has querido?” mascullé indignada
sin darme cuenta que respondiendo a sus pretensiones, corría entre la gente y
las sillas detrás de él.
Juro que lo seguí con la
intención de decirle que se había pasado. Que no era lo que creía y que debía
disculparse conmigo por haberme ofendido. Que yo era una mujer decente y que
amaba a mi marido, por lo que debía excusarse y pedirme perdón. Exigía que me
pidiese perdón.
El caso es que me pareció
verlo adentrarse en el servicio de caballeros y corrí tras él como una boba sin
pensar en otra cosa que buscar sus disculpas. Encorajinada y llena de rabia,
estaba dispuesta incluso a entrar en los servicios tras él para darle el
bofetón que se merecía, aunque la cordura me hizo dudar nada más abrir la
puerta de entrada a los aseos. “¿Qué hacía yo allí?” pensé por un instante.
Ya era tarde, me detuve justo
bajo el resquicio de la puerta. No lo vi venir, Antonio salió de mi espalda
sorprendiéndome, me cogió por la cintura, y antes de que pudiera reaccionar me
empujaba al interior de un habitáculo cerrando el pestillo tras nuestra
incursión. Fue todo muy rápido. Por suerte no había nadie en los baños de
hombres en esos momentos, estaban todos viendo el fútbol. A mí me entró la risa
floja nada más verme encerrada en tan peculiar espacio.
.-“Ja, ja, ja. ¿Qué haces?” le
pregunté riéndome por la situación, “¿no pensarás que vamos a hacer nada aquí
verdad?, ja, ja, ja” protesté mostrándole mis reticencias por el vulgar sitio
que había elegido para lo que quisiera que se propusiese.
.-“Chhssstt” chistó acercando
su dedo a mis labios, ordenándome silencio con su gesto.
.-"Aquí no puede verte
nadie. Ya no tienes excusa, yo tan solo quiero
un beso aquí y ahora" dijo poniendo algo de calma, y señalando un
pequeño lunar de mi mejilla dándome a entender
que era ese el punto en el que pretendía besarme.
Yo creo que podía leerme la
mente a través de los ojos. Sólo así entiendo la perseverancia en su
insistencia, creo que era capaz de adivinar que realmente yo estaba por la
labor de dejarme besar. No sé por qué, pero no me importaba que me besase. Lo único que tenía claro es
que debía dar él el primer paso. Aquel tipo había roto sin enterarme todas mis
barreras. Estaría dispuesta a abrir mis labios para él, dejar que me saborease.
Entregarme. Pero no debía ponérselo tan fácil, tenía que ganárselo.
Relativamente borracha como
estaba, pensé que podía resultar aceptable su propuesta, y aunque sabía que no
se contentaría con un beso en la mejilla sopese todas las posibilidades.
Descarté que lo intentase de forma violenta. Aunque estaba encerrada en aquel
pequeño habitáculo me sentía segura, si trataba de propasarse en contra de mi
voluntad tan solo tendría que chillar y alguien acudiría en mi ayuda, el bar
estaba lleno de gente como para que alguien me oyese. Además no lo veía capaz
de llegar a ese extremo. Y sin embargo tenía curiosidad por saber cómo lo
intentaría, porque si algo tenía claro es que ambicionaba besarme en la boca.
“Y yo…,¿me dejaría?” dudaba mientras me sonreía nerviosa.
Supongo que si no salí de allí
corriendo es porque quería saber el cómo. Deseaba que se atreviese, que lo
intentase. De alguna manera yo también deseaba que me besase. Además me
preguntaba qué es lo siguiente que intentaría, quería saber cómo saldría de
allí, en qué acabaría todo. En definitiva, despertó mi curiosidad.
.-”Esta bien” le dije
aceptando su propuesta. “Sólo un beso de amigos en la mejilla” y acto seguido
expuse mi cara a la suya señalando mi peca. Mi gesto dejó claro que era ahí y
sólo ahí donde debía besarme.
Seguramente se pensó que
cerraría los ojos y que aprovecharía ese momento para darme un pico en la boca,
pero se equivocó. Yo lo miraba avisándole con la mirada de que cumpliera su parte
del trato. Tan sólo un beso en la peca de mi mejilla y punto. Se produjo una
mezcla de expectación y nerviosismo entre los dos.
Me fundió con su mirada una
vez más, me agarró con las dos manos de la cintura, me apoyó contra la pared y apretó su cuerpo
contra el mío. Sin dejar de mirarme a los ojos, se envolvió con sus brazos
alrededor de mi cintura. Debo reconocer que a pesar del sudor, era agradable
sentir el calor de su cuerpo contra el mío. Siempre clavando sus ojos en los
míos. Para colmo, esta vez me apretó tanto contra su cuerpo, que pude apreciar
por primera vez su dureza clavada en mi vientre.
Caray, eso sí que no me lo
esperaba. Podía notar perfectamente su polla rozándose contra mi cuerpo
tratando de explotar dentro de su pantalón. Humedecí de golpe mi tanguita a la
vez que mi cuerpo se paralizaba concentrado en las sensaciones provenientes de
un punto tan concreto de mi cuerpo.
Antes incluso de acercar su
mejilla a la mía sus manos descendieron hasta detenerse cada una en una de mis
nalgas. Ahora sí que acercó su cara a la mía. Lo hizo despacio, deleitándose
con el contacto de nuestros cuerpos e
inhalando mi perfume de mujer en mi cuello. Pero demorando intencionadamente el
momento acordado.
Al tiempo que nuestras
mejillas se rozaban lentamente sus manos comenzaban a subir la tela de mi
faldita enrollándola a la cintura, descubriendo a la vista el tanga que llevaba
puesto. Aún no me había besado, y yo todavía estaba embebida por el contacto de
su miembro contra mi vientre. Era la primera vez en mi vida que sentía de
manera tan notoria el contacto de otro pene que no fuese el de mi marido
rozándose por mi cuerpo, aunque fuese
por encima del ropaje lo podía sentir palpitando.
Para cuando nuestros rostros
se separaron sin llegar a besarme siquiera todavía, las manos de Antonio
acariciaban a placer mi desnudo culo.
Incluso pude notar el frio de los azulejos en la parte de mi piel expuesta.
“¡Dios mío!. ¿Pero que me
estaba pasando?.¡Tenía la falda recogida en mi cintura y estaba prácticamente
desnuda de cintura para abajo!. Y lo que es peor…¡no hacía nada por evitarlo!.
¿Qué clase de mujer era?. Mi marido no se merecía que le hiciera esto” pensaba
mientras mi respiración se agitaba y mi pecho parecía estallar con cada
inspiración y espiración de mi cuerpo.
Aquel cincuentón sabía lo que
se hacía, aprovechó mis dudas para aproximar de nuevo su rostro al mío,
buscando por segunda vez el contacto
entre nuestras mejillas e inhalar de nuevo mi perfume de mujer. Manteniendo un
suspense que lograba excitarme. Y todo, al tiempo que una de sus manos se
entretenía con la telita de la parte posterior de mi tanga.
“No, mi marido no se merece
que le haga esto” pensé una vez más mientras me dejaba llevar silenciosamente.
Y es que me dejaba acariciar con mi mano apoyada sobre su pecho, que se notaba
firme bajo mi tacto, y me recordaba una y otra vez que no era el cuerpo de mi
marido el que trataba de poseerme.
.-“Uuuuhmmm”. Un tímido gemido
se escapó de mi boca cuando uno de sus dedos alcanzó desde detrás mis empapados
labios vaginales.
No pude evitar gemir del
placer entreabriendo mi boca, circunstancia que Antonio aprovechó para besarme
ahora sí a merced. “Cabrón, lo has conseguido” pensé mientras forzaba mis
labios. Yo acepté sumisa su lengua que trataba de abrirse paso entre mi boca.
Reconocí el sabor a tabaco que tanto había detestado de siempre y que sin
embargo esta vez me estaba sabiendo a pecado. Necesitaba dejarme llevar y dar
ese salto, necesitaba besarlo a pesar de que mi conciencia me rebatía que
aquello no estaba bien.
Pero… ¿cómo tratar de
describir la fuerza de algo tan poderoso como es un beso?. Era como si sus
labios fuesen la clave que acababa de desbloquear algo cifrado que había sido
atrapado dentro de mí, algo que había sido enterrado tan fuerte y tan profundo
que cuando se liberó de la presión a la que estaba sometida, arrasaba como un
tsunami, con todas las estupideces y que me dices a su paso. Dejando al desnudo
una primitiva pasión, que necesitaba ser saciada.
Eran besos hambrientos,
profundos y apasionados. Nuestras lenguas luchando enzarzadas la una en la
otra, explorando cada rincón de la boca del otro, hasta que tuvimos que separar
nuestros labios por falta de aire. Aquel tipo sabía muy bien como besar a una
mujer. Mi cuerpo estaba en llamas, cada terminación nerviosa provocaba la
electrizante sensación de estar totalmente viva.
Al mismo tiempo su dedo se
abrió paso entre mi humedad. Le fue fácil, estaba totalmente encharcada. Se
sonrió al comprobar como mis paredes se adaptaban a su incursión. Antes de que
pudiera negarme a nada ya estaba moviendo su dedo en mi interior, arrancándome
para satisfacción de su ego mis primeros gemidos de placer.
.-“Uuuuummm” mi gemido quedó
atrapado en su boca al notar como su dedo dilataba mi interior.
.-“Ábrete de piernas” me
ordenó al tiempo que trataba de introducirme un segundo dedo.
Obedecí pasiva al instante
facilitándole la labor. Ya no pensaba en otra cosa que mi propio placer.
“Vamos Sandra, de momento aún
no estás siendo lo que se dice del todo infiel. No seas tonta, disfrútalo. No
te verás en otra igual en tu vida. Además a saber lo que habrá hecho tu marido
en esos viajes de empresa. Aprovecha
mientras puedas y date una alegría. Deja que este tipo te dé la
satisfacción que tu marido no te proporciona desde hace un tiempo” trataba de
engañarme a mí misma mientras me dejaba manosear.
Necesitaba justificar mi
comportamiento, sobre todo al sentirme invadida de nuevo en mi boca por su
lengua, que recorría ávidamente cada rincón que le ofrecía. Se estaba
relamiendo de saborearme al tiempo que sus dedos hurgaban en mi interior.
Estaba tan necesitada que estuve a punto de correrme allí mismo sobre sus
dedos.
.-“Uuuuummm” un gemido más
profundo y más intenso se escapó de mi boca al experimentar el placer que me
producían sus dedos jugando en mi interior.
“Que se joda el imbécil de mi
esposo” pensé al tiempo que una primera sacudida de placer recorrió mi cuerpo
de abajo arriba. Enseguida se sucedió una segunda y una tercera convulsión
provocadas por el gozo inexplicable que estaba sintiendo, estaba a punto de
correrme. No quise que todo terminara de esa manera, corriéndome con urgencia
en los dedos de aquel extraño, mi cuerpo necesitaba de más. Además ni mucho
menos iba a permitir que él llevase la iniciativa. Era como si me empeñase en
demostrar que no era él quien me robaba las caricias sino yo quien las deseaba.
Así que pillándolo por sorpresa lo empuje con decisión hacia atrás de modo que
ahora era él el que estaba apoyado contra la pared. Me observó cómo jadeaba
necesitada de más mientras me acercaba a él.
Con una sonrisa sucia
reflejada en mi cara, compartí con aquel desconocido a través de mis ojos lo
mucho que estaba disfrutando de mí misma con mi nuevo comportamiento. Ya no era
una mujer casada, sino necesitada. En esos momentos supe que estaba dispuesta a
hacer con él lo que nunca hacía con mi marido.
Sin perderle en ningún momento
la mirada, mis manos lucharon con el primer botón de la parte anterior de sus
pantalones. Necesitaba acariciar con mis propias manos lo que segundos antes
palpitaba contra mi vientre. Luego bajé la cremallera con una mano,
demostrándole mi experiencia en estas tareas. Como dándole a entender que no
era la primera vez que lo hacía. No tenía por qué saber nada al respecto, mi
mejor arma eran sus dudas.
Se sorprendió cuando su camisa
quedó libre de opresiones, y quise
clavarle las uñas rascando su abdomen, comprobando la dureza de su
estómago tan inusitada para mí. Su tripa se tensó de golpe para satisfacción de
mi tacto.
Quise mirarlo a los ojos
cuando introduje mi mano en sus calzoncillos, y rebusqué a la espera de
encontrar su miembro. Nada más agarrarlo entre mis dedos experimenté como latía
ansioso en la palma de mi mano. Saboreé ese precioso momento para mí en el que
por primera vez en mucho tiempo calculaba en mis manos un miembro que no era
del tamaño al que estaba acostumbrada.
Por supuesto yo gemía
incontroladamente y él se deleitaba con mi urgencia por acariciar su polla.
Podía notar sus venas bombeando
en mi mano. Necesitaba acariciarlo, comprobar como aumentaba de tamaño
aprisionándolo entre mis dedos. Comencé como pude entre las ropas, a mover mi
mano arriba y abajo a lo largo de su polla que crecía por momentos. Siempre,
siempre, siempre, sin perder sus ojos de vista.
Hubo un momento en que no me
conformé con acariciar ese miembro que ahora ya se notaba duro. Necesitaba
verlo. Tiré de sus pantalones y calzoncillos hacia abajo para liberar aquello
que tenía atrapado en mi mano y poder observarlo. Ahora era él el que se dejaba
hacer. Totalmente pasivo ante mi iniciativa , eso me hacía gustarme más a mí
misma.
Incluso me puse en cuclillas
para facilitarme la tarea de bajarle los pantalones y los calzoncillos hasta
los tobillos. Mi nueva posición era tan indecente como la carita de curiosidad
que puse al descubrir su miembro. No quería perderme el momento en que liberase
su polla, y esta vibrase delante de mis ojos.
Me sorprendió nada más verla
cimbreándose a la altura de mi cara, sin duda su polla me pareció la más
hermosa del mundo en esos momentos. Además su olor no era tan fuerte como me
esperaba en un principio. Al menos seguía apoderándose el olor a ambientador
característico de los urinarios de bar. Quise mirar hacia arriba para ver su cara
de desesperación, él me miraba hacia abajo observándome impaciente. Adiviné en
su rostro que se mostraba excitado porque se la comiese.
Pese a que siempre he sido
reticente a practicar sexo oral con mi marido, en esta ocasión era yo misma
quien tenía ganas de saborear esa polla que se me mostraba desafiante. Por
primera vez en mi vida tenía verdaderas ganas por chupar una polla. Quería
saborearla, comprobar su tamaño en mi boca, degustarla entre mis labios. Yo
misma tenía urgencia por mamar aquella polla que se me ofrecía y experimentar
el estallido de sensaciones que se producían en mi cuerpo y en mi mente.
.-"Eso es, puta. Quiero
que me mires con esos ojos de zorra que tienes mientras me chupas la polla
" pronunció desesperado, totalmente fuera de sí, adivinando una vez más a
través de mis ojos lo que estaba pensando.
Nunca hubiera podido imaginar
que consintiese el que nadie me llamase puta, y sin embargo lo deje estar. No
quise darle mayor importancia, incluso me gustó escucharlo, entre otras cosas
porque efectivamente era así como me sentía y lo disfrutaba. Pero ante todo no
quería apartar mis ojos de los suyos bajo ningún concepto. Quería recordar ese
momento en mi memoria al menos durante mucho tiempo.
Agarré a una mano la base de
aquel miembro que lucía orgulloso ante mí. Rodeé la punta de su pene con mis
labios, y exploré con mi lengua cada pliegue de su prepucio.
Su sabor salado a hombre
alimentó mi deseo. Luego lamí de arriba abajo toda su longitud saboreando la
exudación de su principal atributo. Dejé que me golpeara en mi cara un par de
veces con su balanceo inevitable, y de nuevo me llené la boca con su sabor.
Comprobé que si bien no era mucho mayor que la de mi esposo si era más ancha.
Tenía dificultad para rodearla entre mis dedos.
.-"Eso es putita, ¡chúpamela!” pronunció
agarrándome con una mano un puñado de mi pelo y provocándome algo de dolor. Me
vi obligada a gritar por el daño producido, y él aprovechó el momento de
quejarme para introducir por completo su polla en mi boca entreabierta por el
quejido.
Mis ojos se abrieron como
platos por la pérdida inesperada del control. Nunca antes me habían introducido
una polla hasta la campanilla. Siempre habían sido tímidas chupaditas y suaves
lametones con mi esposo. Nada como la brusquedad a la que estaba siendo
sometida.
Supongo que debería haber
tenido algún sentimiento de culpa por lo que estaba haciendo, pero no era así.
Todo lo contrario, me sentía bien guarra y me gustaba. Disfruté de su
brusquedad y de la violencia con la que estaba siendo tratada. Sobre todo
cuando miré hacia arriba y lo vi a él, y el poder de su placer. Me sentía
utilizada, y contrariamente a lo que pudiera pensar en mi vida me proporcionaba
un placer cargado de morbo. Porque por encima de todo en ese momento yo quería
complacerlo. Agradecerle de alguna forma su atrevimiento. Su recuerdo me
acompañaría para siempre. Además, supo atenderme cuando estaba necesitada, y me
resultaba todo tan distinto a lo que estaba acostumbrada que me hacía sentir
mejor.
Con mi marido todo era un
esperarme por su parte, anteponiendo siempre mi orgasmo al suyo. En cambio con
ese desconocido buscaba desesperadamente el placer de mi amante por encima de
todo. Era como si necesitase demostrarle a ese hombre que yo era la mejor de
todas en las artes del amor. Además, de la manera tan burda y vulgar en que lo
estaba logrando contribuía a que empapase mis bragas de manera más rápida.
Llevé mis manos a su cintura
para tratar de controlar la profundidad de sus embestidas. Tratando de resistir
y frenar su impulso por metérmela hasta lo más profundo de mi garganta. Incluso
hubo un momento algo desagradable para mí, en el que sujetándome bien fuerte
del pelo me la introdujo hasta notar sus pelotas golpeando mi barbilla,
asfixiándome con mi rostro prácticamente aplastado contra su vientre. Él se
deleitaba con mis sentimientos encontrados. Sabía que me estaba follando la
boca y que me dejaba hacer porque en el fondo era lo que andaba buscando desde
el primer momento en que nuestros ojos se encontraron en aquel bar. Me mantuvo
así por un tiempo, ahogándome con su polla llenando mi boca, dificultando mi
respiración y provocándome arcadas que casi me hacen vomitar. Me hacía sentir
sucia, y pesar de mis convicciones disfrutaba de mi nuevo comportamiento.
Hubo un momento en el que
incluso luché llena de pánico, cuando mi cuerpo no pudo respirar. Desde mi
posición no podía ni mirarle siquiera a los ojos suplicante para que cesase en
lo que se acababa de convertir en una pequeña tortura, pues mi cara resultaba aprisionada
firmemente contra su vientre. Se producía un cosquilleo desagradable de los
pelillos de su pubis contra mi cara.
En un esfuerzo por mi parte
tragué cuanto pude, lo apreté entre mis labios, y le hice gemir de
satisfacción. A mi reacción cesó en su empeño por follarme la boca, sacó su
polla goteando de mi saliva, dejando un hilo de babas que conectaba desde mi
barbilla hasta su pene en una estampa que nunca olvidaré. Me golpeó un par de
veces con su polla en mi cara. Nunca antes me había sentido tan sucia, vejada y
puta, sobre todo tan puta y vulgar.
A pesar de todo mi suplicio
anterior tenía ganas de más. Así que me abalancé sobre su polla llenando
completamente mi boca, devorándola a la vez que me aferraba a ella a dos manos. “Te vas a correr en mi boca” repetía
obsesivamente en mi alocada cabecita.
Comencé a moverme a un ritmo
constante de sube y baja tanto en mi succión como con mis manos. Sin duda un
ritmo que mi amante adivinó forzado y falta de práctica. El muy cabrón lo sabía
y se regocijaba de mi torpe hacer.
.-“Je, je, je…, apuesto a que
nunca se la has chupado así a tu esposo” pronunció tratando de humillarme con
la verdad.
Se esforzó por mantener los
ojos abiertos comprobando mi reacción. Yo estaba tan concentrada en mi tarea
que no le presté la más mínima atención a sus palabras. Incluso deslicé una
mano por debajo de mi tanguita para comenzar a acariciarme yo misma en
cuclillas como estaba.
Esperaba que me llenase la
boca con su semen de un momento a otro. Era como si al tragarme yo su semen, él
se tragase su orgullo.
Mi mano se agitaba
frenéticamente por momentos acariciando mi clítoris, anhelaba correrme a la vez
que él, incluso antes, o después me daba igual.
Aquel tipo me sorprendió antes de que alcanzase su clímax deteniendo la
felación. Interrumpió la mamada que le estaba dando, agarrándome del brazo y
tirando de mi cuerpo hacia arriba, incorporándome por sorpresa de la posición
de cuclillas en la que estaba. Antes de que pudiera hacer o decir nada me
empujó contra la pared. De nuevo ero yo la que quedaba aprisionada entre las
frías baldosas y su cuerpo.
.-"Sabes…” me susurró tan
cerca de mi boca, que de nuevo pude apreciar el olor a tabaco de su
aliento. “Estoy seguro de que te
hubieses tragado toda mi corrida enterita sin derramar ni una gota. No sabes
cuánto me excita una mujer como tú a la que le encante chuparme la polla, pero
no quiero correrme en tu boca, tengo una idea mejor", pronunció al tiempo
que enredaba la tira lateral del tanga en uno de sus puños y desgarraba la tela
arrancándome las bragas de golpe.
En su maniobra por deshacerse
de mi tanguita me clavó la tela de la prenda entre mis labios vaginales
provocándome algo de dolor que se reflejó en mi rostro. Por si fuera poco, mi
cuerpo se tensó al comprobar la desnudez a la que había sido sometida en contra
de mi voluntad y de forma tan brusca de cintura para abajo. Mis ojos
evidenciaron el miedo que paralizaba mi
cuerpo.
Puede parecer una tontería,
pero hasta ese mismo momento creía que podría sobre llevar el sentimiento de
culpa por chupar aquella polla y darle placer a ese desconocido. Eso era algo
con lo que podría convivir en la
relación con mi esposo durante el resto de mi vida. De alguna manera me
justificaba pensando que todavía no estaba engañando a mi esposo. Pero una cosa
era chupar una polla, y otra bien distinta dejarse follar.
Antonio se llevó a la nariz mi
prenda íntima desgarrada, esnifando ante mi mirada cargada de temor, mi esencia
de mujer. Luego lo tiró detrás del retrete en un charco de agua, orina o vete
saber qué, para posteriormente agarrarme de una pierna y dejarla descansar
sobre la taza del wáter, exponiendo mi cuidado coñito a su disposición.
No se esperó lo más mínimo a
darme la opción de decir que no, sabía perfectamente que no se lo hubiera
puesto tan fácil. Mi cuerpo permanecía paralizado presa del pánico y del miedo.
Mentalmente luchaba por convencerlo para que me dejase terminar la mamada que
había empezado, pero mi boca permanecía muda por el temor.
No esperó mi respuesta, simplemente
me miró con esos ojos azules al tiempo que con una mano permanecía sujetándome
de la pierna que descansaba sobre el borde del retrete, y con la otra
aproximaba su miembro hasta mis labios vaginales.
Su polla quedó suficientemente
lubricada con tan solo un par de veces que la restregó hábilmente a lo largo y
ancho de mi coñito. Luego separó con destreza mis labios vaginales dispuesto a
penetrarme sin aguadar a mi consentimiento.
No podía reaccionar. Yo
permanecía paralizada presa del pánico. Era plenamente consciente que de no
impedirlo, estaba a punto de dejarme follar por un desconocido. Sabía que
estaba mal y sabía que probablemente mi conciencia me haría pagar por ello más
tarde, pero en el fondo tal vez no quería que se detuviera. Mi cabecita ya
comenzaba a peguntarse cómo se sentiría dentro de mí. Estaba llena de lujuria
desenfrenada. Pese a todo, lo necesitaba más que a nada en esos momentos.
.-“Aaaaaaaaay” chille conforme
me penetraba. Estaba claro que aquel hombre no me iba a esperar en nada y mucho
menos a que organizase mis ideas.
De una sola embestida me
introdujo prácticamente la mitad de todo su miembro. Puse mis ojos en blanco al
notar como dilataba mis paredes vaginales con cada milímetro que avanzaba en mi
interior. Él se regodeaba en los gestos de dolor y placer que reflejaba mi
rostro. Siempre mirándome deseoso. Hasta que llegó hasta el fondo.
En una segunda embestida pude
notar sus pelotas chocando contra mi cuerpo arrancándome un segundo grito de
placer.
.-“AAaaaaaay” no podía evitar
chillar al sentirme penetrada. Yo misma fui consciente de que este segundo
grito pudo escucharse incluso fuera de los aseos. Cerré los ojos, lo rodeé con
mis brazos y lo besé tratando de ahogar mis gemidos en su boca.
Esta vez fue él quien me retiró
los labios. Parecía no agradarle el sabor de su propia polla que todavía
prevalecía en mi boca. Además, estaba claro que le gustaba oírme gritar y
mirarme al mismo tiempo a los ojos.
El me embestía de pie como
estábamos, y con cada golpe de riñón que me propinaba me arrancaba un gemido de
placer.
Golpe, gemido. Golpe, gemido,
así sucesivamente. Golpes secos, contundentes, poderosos, sin perderme los ojos
de vista en ningún momento. Hasta que tras una docena de embistes, tiró de uno
de los tirantes de mi camiseta con la mano libre que no sujetaba mi pierna en
alto. Uno de mis pechos quedó al descubierto.
Enseguida se apresuró a tirar
del otro tirante desnudando mis pechos ante su vista, bajándome la camiseta
hasta yacer arrugada junto a mi falda en las caderas.
.-“Joder tía, menudas tetazas”
dijo antes de tirarse como un poseso a devorarlas.
Yo soy muy sensible en esa
zona de mi cuerpo, sobre todo tras el periodo de lactancia de mi hijo, así que
nada más notar como su lengua jugueteaba con mis pezones sentí una primera
sacudida de placer que recorrió todo mi cuerpo de arriba abajo.
.-“Sssiii” grité esta vez al
comprobar que pronto alcanzaría un orgasmo.
Antonio se sorprendió al
apreciar el espasmo de mi cuerpo. No se esperaba que llegase tan pronto. A
decir verdad ni yo misma me lo esperaba, también me sorprendió.
Dejó de sujetarme la pierna
que mantenía alzada sobre la taza del wáter para aferrarse a mi cuerpo con una
mano en cada nalga de mi culo, al tiempo que hundía su cara entre mis pechos
lamiéndome por todo el escote. No tuve más remedio que rodear su cintura con
mis piernas y agarrarme a su cuello para no caer. Antonio comenzó a moverse más
deprisa, descargando su furia y su rabia contra mi cuerpo.
.-“Ay, ay, ay, ay, ay”
chillidos cortos e intensos se escapaban de mi boca con cada embestida.
De repente era como si él
buscase desesperadamente correrse antes que yo. Me chupaba los pezones, me
babeaba el escote y me lamía la cara y el cuello en busca de su propio placer.
Y sin embargo, cuanto más aprisa se movía, más placer me provocaba.
.-“Ssssi, si, si, me gusta” yo
no podía evitar gemir y gritar. Estaba a punto de alcanzar uno de los mejores
orgasmos de mi vida.
.-“Eso es, cabrón, muévete” lo
alentaba para que no se detuviese.
.-“Muévete, más deprisa, más
deprisa” le golpeaba con mis talones en su nalga jadeándolo.
.-“Joder siii, que gusto.
Fóllame, eso es, fóllame” le gritaba fuera de mí, presa de las primeras oleadas
de placer que sacudían mi cuerpo.
.-“Vamos cabrón fóllame, me
corroooh, me corrrrooooo” tuve que morderle en el hombro para que mis gritos no
se escuchasen por todo el bar al tiempo que mi cuerpo se convulsionaba de
placer por el clímax alcanzado.
Mi mordisco en su hombro no
fue del agrado de Antonio que sin duda retrasó su orgasmo. Así que aún estaba
recuperándome del estallido de sensaciones de mi cuerpo cuando dejó de
sujetarme, se salió de mí por la acción, y nada más apoyarme en pie en el suelo
me volteó y me puso de cara contra la pared.
Tiró de mi pelo arqueando mi
espalda del dolor y susurrándome en la nuca me dijo…
.-“Ahora pienso hacerte lo que
estoy seguro nunca te ha hecho tu marido” y dicho esto escuché como escupía
sobre mi culo. Sentí su saliva resbalar entre mis nalgas hasta que esparció con
su polla la baba alrededor de mi ano. Jamás me habían escupido de esa manera,
me pareció realmente asqueroso, ni lo creía, pero su saliva resbalando por mi
espalda me hacía sentir más sucia y guarra que nunca.
.-“¡No!, ¡qué vas a hacer hijo
puta!” le grité tratando de zafarme de él. Sin embargo me tenía bien sujeta por
el pelo, y cada vez que trataba de revolverme yo misma me provocaba un dolor
insoportable en mi cuero cabelludo.
Antonio escupió por segunda
vez sobre mi culo. Esta vez la saliva ya sabía el camino donde debía ir a
parar. Guió a una mano la punta de su polla hasta la entrada de mi ano.
Presionó contra mi esfínter. Al no estar dilatado le costaba abrirse camino. Me
hacía daño.
.-“No para, por ahí no cabrón,
para, para…” le suplicaba presa del pánico.
Pero el muy cabrón no me hacía ni caso.
.-“Para por favor, por ahí no,
me dolerá” le imploraba con los ojos lagrimosos y mis piernas temblando de
miedo.
.-“Chiiiist” me mandó callar
tratando de poner un poco de calma. ”Escúchame bien guapa, tienes dos opciones,
puedes correr el riesgo de que te deje preñada, o puedes dejar que te la
enchufe por ese culito virgen que tienes, tú eliges”, me susurró en la oreja
apoyándose sobre mi cuerpo y apretujándome contra las baldosas del alicatado.
Antes de que llegase a responderle,
él empujó insistiendo con la punta de su polla contra mi agujerito negro. Me
dejó clara su preferencia.
Sopesando sus palabras pensé
que lo mejor sería dejarme sodomizar por ese cabrón. Tampoco sería la primera
vez en mi vida, apenas lo había practicado cuatro o cinco veces con mi esposo,
siempre a petición mía, pues es algo que no le agrada en absoluto. Seguramente
ese era el motivo por el que nunca había resultado nada satisfactorio para mí.
A pesar de no tener buena
experiencia al respecto, yo misma arqueé la espalda y me llevé las manos atrás
abriendo mi culo de par en par, tratando de facilitarle la labor.
.-“Ya sabía yo que te
gustaría, preciosa. Relájate y disfruta” pronunció nada más comprobar mi
reacción a sus palabras, al mismo tiempo que apuntaba su polla hasta la entrada
de mi esfínter, luego haciendo fuerza con las dos manos logró introducirme
parte de su capullo. Experimenté un dolor insoportable concentrado en un solo
punto de mi anatomía.
.-“Aaaaaaahh” un alarido
escapó de mi boca al mismo tiempo que mi poseedor continuaba empujando sin
compasión.
.-“Despacio, despacio por
favor, despacio” le suplicaba mordiéndome los labios y tratando de aguantar el
dolor.
Pude apreciar como introdujo
parte de su miembro en mis entrañas, seguramente la mitad, cuando de repente se
salió intencionadamente de mi interior para volver a empujar con fuerza.
.-“¿Qué haces?, no, no,
noooooh” de nuevo pude sentir su miembro invadiendo mi interior. Esta vez llegó
un poco más lejos en su incursión. Se mantuvo por un instante quieto dentro de
mí, dando tiempo a dilatar mi esfínter, y de nuevo se salió de mi interior
jugando con mi sufrimiento.
.-“Uuuuuff, duele” pude
resoplar aliviada en la pequeña tregua que me permitió esta vez.
.-“Tranquila princesa, ya
verás cómo te gusta” manifestó al tiempo que me escupía de nuevo en el culo y
volvía a empujar con fuerza para sodomizarme definitivamente.
Repitió la operación dos o
tres veces más hasta que le fue mucho más fácil metérmela. En la última ocasión
fue empujando poco a poco hasta llegar al final, noté como sus pelotas
golpeaban mi perineo, provocándome un estallido de sensaciones indescriptible.
Por una parte el escozor inicial que se hacía insoportable ya no era tan
intenso, y por otra el morbo que me despertaba al saberme enculada iba en
aumento.
Él en cambio se deleitaba en
comprobar en silencio la suavidad de la piel de mis nalgas restregándose con
sus huevos mientras me tenía ensartada hasta el fondo del todo.
De repente, unas voces
provenientes del otro lado del habitáculo nos despertaron del mutismo en el que
habíamos quedado atrapados los dos por el cúmulo de sensaciones. Alguien había
entrado en los aseos de caballeros.
Yo puse los ojos en blanco al
reconocer la voz de mi esposo y uno de sus amigos. Me quedé muda al instante.
Por suerte Antonio también se vio sorprendido de escuchar las voces, y
permaneció quieto sin moverse temeroso como yo de ser descubiertos. Lo que él
no sabía, era que una de las voces era sin duda la de mi esposo.
.-“¿Te has fijado en la
camarera que nos atiende?” le preguntó el amigo a mi esposo mientras se le
escuchaba mear contra las tacitas que hay en la pared.
.-“Si, menudas tetas enseña.
Con ese escote parece que se le vayan a salir de un momento a otro” contestó mi
esposo al que también se le podía escuchar miccionar.
.-“¿Por cierto hace un rato
que no veo a tu esposa?” señaló el amigo.
.-“Seguro que se ha salido
fuera, como no le gusta el fútbol…” dejó caer mi esposo.
Sus palabras le delataron.
Antonio dedujo que uno de los que estaban al otro lado de la portezuela era mi esposo y comenzó a
moverse sin compasión dentro de mí.
Yo me giré como pude para
recriminarle con la mirada su actitud al mismo tiempo que hacía un esfuerzo
sobrehumano para no emitir ningún tipo de ruido a pesar del dolor que por
suerte remitía. Antonio por su parte incrementaba el ritmo a la vez que me
devolvía una sonrisa burlona totalmente malintencionada.
Por suerte escuchamos el ruido
de las cisternas al que siguió el del lavabo, y posteriormente la puerta. Señal
de que mi esposo y su amigo ya habían abandonado los servicios.
.-“Cabrón, eres un cabrón” no
dejaba de mirarlo a los ojos para insultarlo. Él por su parte me mantenía la
mirada relamiéndose y aumentaba el ritmo al que me enculaba.
.-“¿Y tú?” cuestionó él. “Mira
que dejarte encular estando tu querido maridito ahí fuera. Serás puta”
apuntilló mientras continuaba con su mete y saca sin dejar de mirarnos a los
ojos.
.-“Vamos cabrón, córrete,
córrete ya” le animaba sin poder evitar cruzar nuestras miradas.
.-“Si te vieses ahora mismo la
cara de zorra que pones cada vez que me llamas cabrón. Menuda puta estás hecha”
me repetía tratando de humillarme adivinando a través de mis ojos que me
excitaba con sus palabras.
El caso es que poco a poco el
dolor inicial se fue transformando en placer. Podía sentir estimulado mi punto
“g” como nunca antes había sido
activado. Con cada embestida se intensificaban las sensaciones, y los quejidos
iniciales de dolor se fueron convirtiendo en pequeños gritos de placer. Antonio
se dio cuenta de la transformación que sufría por dentro mi cuerpo.
.-“Joder zorra, lo estás
disfrutando ¿verdad?” pronunció jadeante por el esfuerzo.
.-“Siiih” articulé a decir
como buenamente pude al tiempo que deslizaba una de mis manos para acariciarme
yo misma en el clítoris.
.-“¿Te gusta, eh zorrita?” se
gustaba a sí mismo insultándome, era como si eso le proporcionase más placer.
Hacía un rato que había cerrado los ojos y me concentraba cara la pared en mis
propias sensaciones, por lo que el único contacto que tenía con él era a través
de su voz.
.-“Siii me gusta” le seguía el
juego mientras machacaba frenéticamente mi clítoris y me abandonaba en busca de
mi nuevo orgasmo.
.-“¿Te gusta mi polla, eh?”
jadeaba mientras apreciaba sus gotas de sudor cayendo en mi espalda.
.-“Si” le respondía
esperanzada por poder correrme antes que él.
.-“¿Te gusta que te la meta
por el culo?, ¿eh puta?” estaba claro que disfrutaba humillándome.
.-“Siii me gusta” contestaba
aumentando su ego de macho.
-.”Joder, puta, vas a hacer
que me corra de gusto” decía fuera de sí.
.-“Eso es cabrón, córrete,
córrete en el culo de esta mujer casada” esta vez quise mirarlo a los ojos para
disfrutar el momento.
.-“Me corro, me corrrooooh”
gritó él. Verdaderamente pude apreciar los espasmos de su polla en mi interior.
.-“GOOOOOOOOOOOOOL” gritó todo
el bar a la vez que Antonio se salía de mi interior y derramaba su esperma
salpicando mi espalda y parte de mi ropa.
Al parecer Piqué había marcado
de cabeza para la selección española en los últimos minutos del encuentro.
En ese mismo momento Antonio
se exprimía las últimas gotas de su semen que esparcía con la punta de su polla
por todo mi trasero. Yo aproveché para arrancarme forzadamente un orgasmo introduciéndome
yo misma un par de deditos y comprobando la ausencia que su polla había dejado
en mi vagina al evidenciar lo dilatada que todavía permanecía por dentro.
.-“Caray putita, al final lo
has conseguido” pronunció Antonio que permanecía expectante a los últimos
espasmos de placer de mi cuerpo.
Yo lo miré desairada, y tan
pronto como me permitió mi propia respiración traté de recomponerme las ropas
con la evidente intención de salir de allí cuanto antes.
Antonio interrumpió mi intento
por arreglarme, me sujeto del cuello, y mirándome a los ojos por última vez me
propinó un beso en la boca forzando mis labios.
En esos momentos sus ojos no
me parecieron ni tan azules, ni tan profundos, ni tan románticos. Me parecieron
miserables y despreciables.
Yo le propiné un rodillazo en
sus partes, cuando se encogió retorciéndose del dolor aproveché para quitar el
pestillo y salir del habitáculo abandonando los aseos a toda prisa.
Me adecenté a toda prisa en el
pequeño pasillo de los servicios antes de salir a la sala. Cuando regresé junto
a mi esposo el partido acababa de terminar, y todo el mundo comentaba el gol
marcado por Piqué in extremis para la selección española.
.-“Te lo has perdido” dijo mi
marido nada más sentarme a su lado.
.-“No sabes cuánto lo siento”
le respondí como si no hubiese pasado nada al tiempo que notaba resbalar mis
propios fluidos por entre mis piernas.
.-“¿Podemos irnos ya a casa?”
le pregunté a mi esposo incómoda ante el hecho de no llevar ropa interior para
contener todos los líquidos que emanaban aún de todos mis agujeritos.
.-“Si mi amor, enseguida nos
vamos” pronunció mi marido y nada más decir esto me rodeó con su brazo de la
cintura.
.-“¿Qué es esto?” se mosqueó
al comprobar que algo mojaba mi camiseta en mi zona lumbar. Yo no pude ver a
qué se refería en ningún momento porque estaba salpicada por la espalda. Para
colmo mi marido se llevó las manos a la nariz y dijo:
.-“Hule raro” afirmó al tiempo
que ponía cara de mosqueo.
.-“Lo siento cariño, es que
como me aburría salí fuera a dar una vuelta. Creo que ha sido una paloma. Por
eso tengo ganas de ir a casa a cambiarme cuanto antes” mentí con lo primero que
se me vino a la cabeza.
.-“Está bien, está bien” dijo
mi esposo al tiempo que se incorporaba para despedirse de sus amigos y salir
del bar.
Justo antes de salir agarrada
del brazo de mi esposo pude comprobar como Antonio permanecía sentado en su
taburete observándome sonriente desde la distancia. Intercambiamos una última
mirada, una mirada que nunca olvidaré, en la que todo quedó dicho entre
nosotros, y con la que sueño volver a encontrarme en mis ratos de soledad.
Besos,
Sandra.
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