Era pleno mes agosto, verano,
semana de calor y por suerte unos días de
vacaciones. Aunque nada del otro mundo, semanita en la playa en el apartamento
de mis padres. Por suerte mis progenitores se llevarían el fin de semana al
chaval a las fiestas del pueblo, por donde pasaríamos a recogerlo mi esposo y
yo el domingo de regreso a casa. Había
depositado muchas esperanzas en el sábado a la noche. Anhelaba salir a cenar,
bailar y poder hacer el amor con mi marido al regresar al apartamento como
cuando novios, antes de nacer nuestro chaval. Era la primera vez en mucho
tiempo que disponíamos de un fin de semana para nosotros solos como pareja y
para qué negarlo, tanto calor y tanta carne en la playa había despertado mi
lado más caliente.
Ya a mitad semana le comenté a mi
marido lo de salir a cenar y que luego me llevase a bailar, incluso me puse
mimosa haciéndole ver que estaba receptiva y que por suerte no tendría la regla
en esos días. Yo creo que no captó mis indirectas, a pesar de ser bien
directas. Él se empeñó en ir al cine. Imaginaos, sábado noche en la playa e ir
al cine, encima se empecinó en ver algo en versión original que para eso había
muchos guiris y daban las pelis en inglés. Mi cabreo era mayúsculo. Así que
tras mucho discutirlo con mi esposo acordamos salir a cenar, sesión golfa en el cine y luego baile. De
esta forma nos contentábamos los dos. Por supuesto cedió que si yo consentía en
ir al cine, a él le tocaba estirarse y llevarme a un sitio caro, elegante, nada
de pizzas ni bocadillos a lo cutre. Así que nos arreglamos lo justo para la ocasión.
Ya durante la semana le dediqué
tiempo a mi cuerpo para estar guapa. Peluquería, depilación, cremas, uñas y
sobretodo el detalle más importante: arreglarme el jardincito. Esa fina tira de
pelillos que decora mi pubis y que indica a al tontorrón de mi marido el camino
que debe seguir desde mi vientre hasta el cielo.
Estaba divina de la muerte cuando
me miré por última vez antes de salir de casa.
El restaurante lo eligió mi
marido y no me defraudó. Elegante, nada de menú del día, buena cubertería y
vajilla, mantel de tela y camareros profesionales. Lo cierto es que superó mis
expectativas y por eso que pintaba bien la noche me excedí con el vino, un
excelente sangre de toro con cuerpo. Salí algo contenta y mareada pero menos
mal que en el cine se me pasaría.
La peli que quiso ir a ver marido
era en versión original subtitulada, vamos un rollo. Flores de Canadá se
titulaba. Ya supuse que el local estaría lleno de frikis como él, de frikis y
de guiris.
Llegamos con tiempo. Apenas
cuatro o seis personas en una sala de doscientas. Con las luces aún dadas nos
acomodaron en una fila central con ambos asientos libres a los dos lados. Para
el inicio de los anuncios deje mi bolso y la chaquetilla en el asiento libre de
al lado pero la mala suerte quiso que al poco de apagarse la luz tuviera que
retirarlos a petición de otro cinéfilo que se sentó a mi lado.
“Pero mira que hay asientos
libres y se va asentar a mi lado” pensé al tiempo que lo justificaba porque
efectivamente eran las mejores butacas de la sala.
La peli comenzó. Como suponía era un rollazo. A poco me quedo
dormida en los primeros diez minutos de no ser porque el espectador de al lado
apoyó su brazo junto al mío en el reposabrazos común que separaba nuestras
butacas. Inevitablemente nuestras pieles entraron en contacto. Supongo que al
llegar nosotros primeros me otorgué el derecho a usar el reposabrazos en
exclusiva. Por el contrario, el recién llegado no debió de pensar lo mismo.
Al ser más fuerte que yo no le
costó un pelo desplazar mi brazo de tal forma que a poco se resbala dejándome fuera
de sitio.
“Pero que se habrá creído este
tío” pensé mirando al energúmeno que estaba a mí lado y volví a depositar mi
codo en el reposabrazos con la intención de defender mi espacio. Debido a la
brusquedad de mi acto y al contacto que se produjo de nuevo entre nuestras
pieles, el recién llegado giró la cabeza para ver lo que estaba pasando en ese
espacio que nos separaba. Quiso mirar su contrincante en la contienda. Yo creo
que se pensó era mi marido y en cambio se sorprendió al ver a una mujer.
Yo le sonreí como por cortesía,
dándole a entender que respetase el espacio común, en cambio su mirada fue
desconcertante. No sabría precisar si me miró de forma lasciva repasándome de
arriba abajo o por el contrario si me miró como pidiendo perdón por ser mujer. Eso sí, si se pensaba que iba a retirar mi brazo
estaba muy equivocado.
La peli transcurrió sin nada
interesante que contar, me costaba entenderla y seguir el argumento, así que me
dediqué a mirar a mi alrededor tratando de pasar el tiempo.
Al primero que miré fue a mi
esposo. Mi marido estaba absorto en la peli, como abducido por la pantalla
mientras engullía un boll de palomitas maxigigante. Me preguntaba cómo era
capaz de meterse unas palomitas después de haber cenado. Parecía como un pez
que come todo cuanto se le pone por delante, no sabe parar y así está.
Como a mi marido lo tengo muy
visto y no había nadie alrededor me dediqué a observar a mi otro acompañante.
Se trataba de un señor mayor, calvo en el centro y con pelo canoso rodeando la
calva, regordete y con barba de varios días. Aspecto descuidado. Posiblemente
guiri, inglés o alemán por las pintas de tragar cerveza. Vestía de sandalias en
bermudas y una camiseta en la que creía
adivinar alguna mancha. Seguramente de alcohol. Vamos el típico cerdo de
vacaciones por España.
Terminé fijándome en su brazo, ese
cuyo codo contactaba con el mío. Algún pelo y muchas pecas. Un tatuaje en su
parte más alta. Algo rojo por el sol, lo que confirmaba que seguramente sería
extranjero. El tipo tenía las dos manos entrelazadas descansando ambas sobre su
prominente barriga. Se le veía cómodo a sus anchas espatarrado en la butaca. Me
sorprendió observándolo. Miró primero mi piernas, luego mis pechos y por fín me
miró a los ojos. De nuevo cruzamos los dos una forzada sonrisa, circunstancia
que él aprovecho para separar sus manos de la posición en la que estaban y
apoyar ahora su brazo a lo largo de todo el reposabrazos que compartíamos. Ya
no contactaban nuestras pieles tan solo por su codo, sino que ahora todo el
brazo y gran parte del antebrazo se estaban rozando.
Mi primer instinto fue el de
retirar mi brazo ante el roce y el contacto, pero pensándolo mejor cambié de
opinión. Yo estaba antes que él ocupando el sitio y por tanto me creía con más
derecho a estar cómoda. No tenía por qué apartarme ni retirar el brazo. Desde
luego que él no lo apartó. Yo lo miré con la boca entre abierta por su falta de
cortesía y él me miró como si no pasara nada sonriendo satíricamente. Luego
continuó viendo la peli ignorándome por completo, a pesar de que yo continuaba
observándolo a la espera de que como compañero de butaca retirase su brazo
cortésmente. Pero nada de nada. Mi espera fue en vano. Ni un atisbo de
caballerosidad por su parte.
Tampoco pude concentrarme en la
película ni estar atenta, porque superado el pudor del roce de nuestras pieles,
advertí que me hacían cosquillas sus
pelillos del brazo. Me provocaban un extraño hormigueo en todo el cuerpo, que
si bien al principio me resultó escrupuloso, minuto a minuto le fui restando
importancia y terminé por acostumbrarme al contacto físico entre ambos. No le
dediqué mayor atención que la de sentirme incómoda.
Con el transcurso del tiempo y
como la peli era aburrida de narices, me fui quedando adormilada. Desperté de
mi ensoñación al sentir los pelillos de sus piernas en contacto con las mías. De nuevo esas extrañas cosquillas
provocadas por los pelillos de su cuerpo no solo en mi brazo sino también en
mis piernas. Además se produjo un insignificante roce de la yema de unos dedos
que no eran los míos en mi pierna a la altura de la rodilla. Con el sueño había
relajado mis piernas que se habrían de par en par de forma algo vulgar en la
butaca. Y el caso es que descubrí repentinamente que el sutil roce de los dedos
de ese hombre en mi pierna me quemaban como quien apaga un cigarrillo en la
piel. Estuve a punto de recriminarle su osadía que creí intencionada pero me
contuve. Aguanté la respiración antes de decirle nada. Bien pensado no tenía claro
quien provocó primero el roce de nuestras piernas. A él lo veía descuidado,
parecía ignorarme. Su brazo descansaba a lo largo de todo el reposabrazos de
tal forma que su muñeca caía muerta al final del separador suspendida sobre
ambas piernas, rozándose sus dedos tanto con su pierna como con mi rodilla en
tan sutil caricia. De esta forma colgaban descuidados sus dedos de los que no
sabría precisar si contactaban con su rodilla o con la piel de mis muslos
pegados a la altura de su rodilla. Una situación extraña. Yo me había
espatarrado al quedarme adormilada y supuse que era de esta forma como habían
entrado en contacto nuestras piernas así como la yema de sus dedos y mi pierna.
Estaba ensimismada en mis
pensamientos cuando en esas que mi vecino de butaca me mira de forma maliciosa
deteniéndose en contemplar mis piernas brillantes de crema y bien bronceadas por el sol. Pareció alegrarse
de verme despierta, es más, creó que esperó a ese momento en que despiertas del
trance, para dejar caer su mano sobre mi pierna sin ningún tipo
de miramiento ni recato, acariciándome descaradamente mi pierna a la altura de
la rodilla. Ahora sí que no tuve dudas
sobre sus caricias. No tenían nada de inocentes. El muy cerdo seguramente se
habría puesto las botas mientras dormía y disimuló conforme desperté.
“Pero qué carajo…” pensé al
tiempo que por instinto reaccioné cruzando las piernas de inmediato alejándolas
del alcance de su asquerosa mano. Me agarré al brazo de mi esposo reclinándome con
medio cuerpo hacia su butaca para alejarme cuanto pude dentro de mi asiento del osado vecino.
Quise acurrucarme en los bíceps de mi esposo.
.-¿Cariño estas bien?-. Me
preguntó mi marido sorprendido por la brusquedad de mi cambio de posición.
Dudé, dudé por un segundo. En ese
momento le tenía que haber contado la verdad a mi esposo para que le diera una
buena paliza a ese tipo y en cambio opté por dejarlo pasar, le dí un pico en su
hombro y le dije:
.-No nada cari estoy bien.- Le
respondí aferrándome a su brazo como salvación evitando montar así el numerito.
Después de darle un beso en el
hombro a mi esposo mimosa demostrando a mi vecino nuestro afecto, y frotando de
esta manera su brazo a dos manos en señal de cariño, quise mirar desafiante a
mi atrevido vecino en plan “si lo vuelves a intentar mi marido te escacha la
cabeza”. Anhelaba que lo hubiese visto todo y que desistiese de cometer ninguna
nueva tontería.
Pero casi fue peor el remedio que
la enfermedad, al cruzar mis piernas y reclinarme hacia el lado de mi esposo la
mala suerte, o mejor dicho el vestido, quiso que la falda se subiese lo
suficiente como para que le mostrara al extraño compañero de butaca prácticamente
toda la pierna en su longitud y gran parte del culo. Había cruzado las piernas
de tal forma que mi falda aún era más
corta que antes, ofreciendo una magnífica visión de la parte baja de mis
nalgas. Claro que me vio todo. No se perdió ni un detalle de mi anatomía a
pesar de la penumbra. Abrió unos ojos como platos. Dedujo así que llevaría
tanga bajo el vestido al no vislumbrar tela lateral que cubriese la parte baja
de mis cachetes. Lo peor de todo fue soportar su mirada. Una mirada lasciva, lujuriosa,
de cerdo salido, asquerosa. Como si nunca hubiera visto un culo en su vida. Baboso.
Por acto reflejo me volví a
sentar correctamente estirando mi falda cuanto pude por debajo de mi cuerpo.
Preferí la proximidad de mi pierna a su mano a que me viese el culo en la otra
posición. Hubo un claro gesto de desaprobación en su cara al recuperar mi
posición pues se le terminaba el espectáculo. Por suerte eso fue todo en un
rato. Se mantuvo a raya durante un tiempo.
Pasaron unos minutos más de
película. Yo por supuesto ya no estaba cómoda. Creo que se notaba a siete
leguas aunque mi marido no se enteraba de nada. Estuve a punto de comentarle a mi marido
de cambiar de posición, pero de hacerlo
ya veía el lío al darle explicaciones. Mejor dejarlo pasar. Esperar, esperar a
que todo terminase.
Al poco tiempo de tregua mi
acompañante regresó de nuevo a las andanzas. Aprovechó un descuido por mi parte
para dejar de nuevo su brazo apoyado a lo largo de todo el reposabrazos al
igual que el mío buscando pleno contacto de nuestras pieles. Yo no estuve por
labor de dejarme amedrentar y no retiré mi brazo, defendí el sitio que me
correspondía. No sé si intencionadamente o no, el caso es él comenzó a mover su
dedo meñique rozándose con el mío que descansaba a su lado en posición espejo.
Todo era muy sutil, descuidado, tímidas caricias, su dedo me rozaba un instante
y al instante siguiente lo retiraba. Apenas un milímetro de separación entre
nuestras manos y nuestras piernas. El roce y el contacto se producían al ritmo
de la respiración. Intermitente. Ahora sí, ahora no. Jugando siempre con los
tiempos y al límite para que yo no pudiera recriminarle nada.
“ Igual son todo imaginaciones
mías” pensé tratando de asimilar lo que estaba sucediendo. “Igual la culpa es
mía por beber más vino del que debiera en la cena y ahora estaba distorsionando
la realidad”. Desde luego que mis dudas eran su mejor arma.
De repente me interesa la
película. En la pantalla se va a suceder la típica escena de amor entre los
protagonistas. Mi vecino también lo sabe
y aprovecha el momento para apoyar su rodilla de nuevo contra la mía. La aparté
mostrando mala gana por su comportamiento. Lo miré. Me estaba mirando las
piernas. Mejor dicho, me estaba follando con la mirada. Cruzamos los ojos en la
penumbra, yo para recriminarle su actitud y él para adivinar mi reacción ante
su próximo intento. Ya no tengo dudas. Es un pervertido de tomo y lomo.
Para colmo en esos momentos en la
pantalla se proyectan las escenas de sexo más explícito de la película. Siento
que mi vecino aparta el brazo que descansa entre nosotros.¡¡ Al fin!!,
¡victoria!. Siempre tendemos a pensar que todo es debido a nuestros actos, en
este caso a mi anterior mirada
intimidatoria, pero resulta todo lo contrario. En vez de eso siento su mano
acariciándome detrás de mi codo, jugando con los duros pliegues de mi
articulación mientras las escenas de pasión entre los protagonistas se proyectan
en la pantalla.
Su maniobra logra desconcertarme.
“¿Pero qué tipo de caricia es
esa?, este tipo… ¿de qué coño va?”. Estoy desorientada a la vez que me las
arreglo para reprimir la risita temblorosa que me provoca su caricia en esa
zona tan propensa a las cosquillas.
“El codo. ¿Qué coño pretende
acariciándome el codo?. ¿Qué zona es esa para acariciar? Y lo qué es peor…¿cómo
se supone que debo reaccionar ante una caricia de ese estilo?. Si me tocase la
pierna de nuevo, lo tendría claro, un buen bofetón y se acabó. Pero… ¿el codo?.”
. Me preguntaba si alertar a mi esposo o dejarlo estar, si montar un numerito
en la sala u optar por la discreción. Todo esto me ponía nerviosa y no entendía
por qué mi respiración comenzaba a agitarse de los nervios.
“¿Cómo explicarle a mi esposo que
me sentía acosada por que me estaban acariciando en el codo?”. Posiblemente fuera
yo quien hiciera el ridículo al pasar por paranoica.
El caso es que ese tipo de
caricia aunque maliciosa por su parte, no me molestó, así que no me moví ni un
pelo. Un par de cruces y descruce de piernas por los nervios pero nada más. Si
se pensaba que iba a retirar mi brazo estaba equivocado. Soy muy cabezota
cuando me lo propongo. Nada de amedrentarme por una caricia estúpida.
Supongo que debido a mi tozudez
por no retirar el brazo que unos minutos más tarde el tipo traza suaves
caricias con sus uñas contra el interior de mi brazo mucho más descarado. Mi
cuerpo esta vez responde haciendo que los pelitos se ericen y que mi piel se ponga
entera de gallina por todo el cuerpo. Provocando un escalofrío que se detiene
en mi pecho sensibilizando mis pezones que se ponen de punta contrariándome.
“¿Pero qué tipo de pervertido es
este hombre?", me pregunto mientras le permito que me acaricie en zona tan
ridícula como es el codo y su alrededor provocándome absurdas cosquillas más
que otra cosa, aunque mi pecho parecía
no responder de la misma forma. Al margen de mis contradicciones pensaba sobre
todo en no alertar a mi esposo. Si se entera de lo que pasa adiós al fin de semana romántico planeado, así que
mejor optar por la discreción y esperar que pasase el tiempo.
“De todas formas ya se cansará”
pensé creyendo que desistiría de tan ridículas caricias. “Eso sí, como se pase
le arreo un bofetón de cuidado” me dije irritada por la situación.
Supongo que debido a mi pasividad
y mi risa contenida que el muy osado se atrevió a acariciarme el brazo desde el
codo a la muñeca y desde las pulseras de la muñeca al codo de nuevo. Repitió la
caricia tres o cuatro veces. A cada cual lo percibía más envalentonado. Es en
la última cuando sus dedos no se detienen en la barrera que forman mis pulseras,
sino que continúa acariciándome por el torso de la mano hasta dejar caer definitivamente
su mano otra vez sobre mi rodilla, presionando mi pierna entre sus dedos por
ambos lados en plan “¿qué vas a hacer ahora?”.
Yo pego un bote de mi asiento por
acto reflejo nada más sentir su mano y su caricia en mi pierna.
“Joder, se ha pasado” pienso al
notar su mano aferrada a mi pierna dispuesta a arrearle un bofetón y terminar
con toda esa situación tan ridícula y esperpéntica, pero mi marido disipó mis
dudas al mostrarse disconforme con reacción violenta alguna por mi parte que
llamase la atención.
.-Schhhist- me chistó mi marido. -No
me dejas oír-. Me recriminó el muy memo que no se enteraba de nada.
“¡Encima!” pienso yo estupefacta
mientras observo cariacontecida a mi marido. “El tipo de al lado metiéndome
mano y tú pasando de todo” pensé mientras observo a mi esposo indignada. El muy
bobalicón me ignoraba por completo.
Lo peor es que durante este
intervalo de tiempo de conversación insípida con mi esposo en la que espero
algo de apoyo por su parte, ha permitido al atrevido vecino a proseguir
acariciándome la pierna a la altura de la rodilla sin el menor miramiento. Por
eso que cuando regresé en situación del monumental enfado con mi marido lo miré
recriminándole su osadía con todo el odio que pude transmitir en mi mirada. De
poco me sirvió. Si bien mi acosador dejó de mover la mano sobre mi rodilla no
la retiró de mi muslo.
Transcurrieron unos segundos
interminables con su mano en mi rodilla.
¡No me lo podía creer!, el tipo
no me quitaba la mano de encima... ¿qué podía hacer?. Yo miraba la mano del
calvo de al lado en mi rodilla y a la vez miraba a mi marido como en un partido
de tenis.
“¿Es posible que el imbécil de mi
esposo no se enterase de nada?”. Me
costaba aceptar la situación. Al mismo tiempo mi lado más oscuro me recordaba
que de alertar a mi esposo muy posiblemente dijera adiós a todos mis planes y
mis ganas. Mis ganas, ese era mi problema para alegría del viejo verde de al
lado.
Al final confusa y aturdida decido
que lo mejor será tapar el asunto con la rebeca que cogí en el último momento y
rezar porque la peli concluya lo antes posible.
Respiré aliviada por unos minutos
al comprobar que mi vecino parecía conformarse con descansar su mano en mi
pierna oculta bajo la chaquetilla. No se movió. No hizo nada. La rebequita parecía
mi mejor salvación. Me relajé pensando que todo quedaría en eso. No creí capaz
a mi vecino de atreverse a nada más. Los dos sabíamos que ese podía ser el
límite aceptable. De hecho era perfectamente conocedor de que había llegado
mucho más lejos de lo que le hubiera permitido a ningún otro hombre en esta
vida.
Yo miraba la pantalla pero no
veía nada. Hacía tiempo que estaba desconectada de todo argumento, tan solo era
capaz de concentrarme en las sensaciones que me provocaba esa mano extraña en
mi pierna. Sus dedos me parecieron grandes, regordetes como él y ásperos. De
tacto su mano era mucho más callosa que la de mi esposo. Con cada respiración
sólo era capaz de pensar en una cosa y era que su extremidad permaneciese
estática. Que todo se quedase en eso. Permanecía concentrada repitiendo como un
mantra en mi cabeza algo así como “que no la mueva, por Dios, que no la mueva”,
una y otra vez sin cesar.
Por el contrario fui yo la que con
el paso del tiempo y con los nervios abría y cerraba levemente mis piernas inconscientemente
de vez en cuando. Y es que su mano me quemaba en la piel. Como su pulgar
quedaba en la parte exterior y el torso en el interior de mis muslos fue en un lento
cerrar de piernas que noté su mano totalmente aprisionada entre mis muslos.
¡Uuuhmm, menuda sensación!!.
Vale que el tío era un cerdo y un
pervertido, un asqueroso, pero no era él ni mucho menos, sino la situación lo
que me estaba poniendo a tono. No todos los días te mete mano un desconocido y
al final el contexto tenía su puntillo picante. Todo aquello era muy extraño
para mí. Trataba de controlar mis emociones.
La película hacía tiempo que me
importaba un carajo. Era la situación más inverosímil en que me había
encontrado en mi vida. Un desconocido metiéndome mano en el cine y mi marido sentado
al lado sin enterarse de nada. ¡Será panoli!. Aunque para ser sincera y tratar
de justificar a mi marido me auto complací pensando que tampoco me estaban
metiendo mano, simplemente me justificaba pensando que una mano descansaba sobre
mi pierna.
Con el tiempo acepté la
sensación. Incluso me pareció excitante siempre y cuando mi esposo no se
enterase. Eso sí, debía controlar mis actos.
“¿Y si nos descubre mi esposo?”
comencé a divagar. Supuse que el vino que ingirió mi marido en la cena lo
confundiría. Nos habíamos bebido la botella entre los dos y eso que yo me tomé
apenas un par de vasos. Supuse que de descubrirnos nunca lo tendría claro debido
entre otras cosas a que la mano permanecía oculta bajo la chaqueta y en parte a
la oscuridad de la sala. Siempre le podría decir que eran imaginaciones suyas.
Que había bebido mucho vino en la cena y que eran los celos los que no le
dejaban pensar con claridad. No sé si se lo creería pero al menos sería lo que
todos creerían. Además tampoco entendía que fuera contándolo por ahí a todas
nuestras amistades y familiares, y siempre sería su versión contra la mía. Todo
quedaría en todo caso entre él y yo. Lo bueno de ser una buena esposa durante
estos años atrás es que ni se podía imaginar lo que estaba sucediendo, me
refiero a mi permisividad con el garulo de
al lado. Porque me gustase o no, era lo más excitante que me había ocurrido en
mi vida. Pensé en ello.
Me puse triste al pensar lo
aburrida que había sido mi vida al respecto. Conocí a mi esposo de muy jóvenes
y tampoco es que fuera de cometer locuras. Pensé en mi amiga Marga y en todas
las historias que me contaba desde que se divorció. Todas las situaciones
extremas en las que debía desenvolverse. Razoné que no era cuestión de gustar o
no, porque a todas nos gusta agradar, que te vean hermosa, atractiva, guapa. Es
más bien cuestión de aceptarlo. De aceptar que mi vida se había convertido en
pura rutina carente de ningún aliciente. Y yo no era así. Antes de casarme me
consideraba valiente, decidida, con iniciativa, provocadora y seductora. Así
que debía aprovechar esa oportunidad. Poco a poco fue creciendo en mi cabeza
una idea extravagante. Comencé a plantearme la posibilidad de portarme algo
traviesa. De jugar.
Me preguntaba si estaba dispuesta
a hacer lo que el lado más retorcido de mi cabecita estaba sopesando hacer. A esas alturas me preguntaba como seguirle el
juego a mi vecino de butaca y alegrarle la noche. A él y a mí.
Muchos hombres a lo largo de mi
vida me habían dicho lo guapa que era, otros tantos me habían insinuado que me
acostase con ellos, pero a la hora de la verdad nada de nada. Y es que lo
cierto es que a la gran mayoría de los hombres les asusta una mujer hermosa que
tome la iniciativa.
“Ya está eso es”, pensé al
recordar todas esas veces. “Tal vez sea esa la solución, asustar al tipo. Tomar
yo la iniciativa. Seguro que así se acobarda y me deja en paz” razoné
tontamente.
Por eso miré a mi acompañante
preguntándome qué clase de tipo era, si
de los que se acobarda o de los que llegan hasta el final. Por sus pintas
deduje que sería de los primeros: un cobarde.
Así es como me armé de valor y
cerré mis piernas atrapando su mano entre mis muslos mientras observaba su
reacción. Apenas se inmutó, continuó mirando la pantalla impasible a pesar de
las sensaciones que le debía producir tener su mano entre los muslos de una
bella señorita como me considero que soy. Como todo quedaba oculto entre la
oscuridad y mi chaquetita, avancé en mis
intenciones y moví mi pierna más lejana a su posición arriba y abajo. Despacio,
disimuladamente, buscando el acariciarme yo misma con su mano.
Esta vez sí me miró. Mi maniobra
era ya descarada. Me observó por unos segundos. Los suficientes para ver que yo
me mordía los labios en plan provocador. Estaba convencida de que ese sería el
momento en el que retiraría su mano de mi pierna asustadizo.
¡¡Pero joder me equivoqué con ese
tipo!!.
Si por un momento pensé que se batiría en retirada
acojonado por mi iniciativa y sacaría su mano de entre mis piernas, hizo todo
lo contrario. Mientras me miraba a los ojos, los labios y el escote, deslizó su
mano decididamente desde la rodilla por el interior de mis muslos hasta que lo
detuve cerrando y presionando con fuerza mis piernas allá por la mitad de mis
muslos.
-¡¡Schissst!!,deja de hacer
ruido, no me dejas escuchar la peli- me espetó mi marido molesto porque no le
dejaba entender lo que decían los personajes en inglés.
Temí que nos hubiese descubierto
pero no fue así. Sus palabras me alertaron de forma que la que me asusté fui
yo. De repente estaba excitada, o al menos mi respiración se agitó de golpe por
la intervención de mi esposo en momento de tanta tensión al menos para mí.
-Lo siento cari- dije al tiempo
que relajaba mis muslos permitiendo a mi otro compañero de butaca acariciarme
las piernas a su antojo.
El muy cabrón lo hacía despacio,
me tocaba desde la rodilla hasta mitad de muslo, siempre en esa zona oculta
bajo la chaquetilla. Yo no podía evitar mirarlo mientras me dejaba acariciar.
El contemplaba la pantalla evitando cruzar nuestras miradas. Me parecía
increíble, surrealista. Pero sobretodo muy excitante.
La verdad es que cuanto más lo
observaba más incomprensible me resultaba entender como me estaba dejando
acariciar por un tipo como él. El antiprototipo de mis sueños. Gordo, viejo,
calvo, feote, seguro que extranjero, inglés o alemán por sus pintas de cerdo y
por su barriga cervecera. Seguro que estaba de vacaciones en España pensándose
que esto era un paraíso sexual o algo así. Seguro que se creía que todas las
españolas somos facilonas. Pues sabes qué...
que puede que le dé la razón, porque no sé cómo lo lograba ese cabrón
pero me estaba poniendo como una moto. De hecho mis caderas comenzaban a
ondular presa de la excitación incontrolable.
Fui yo misma la que me moví
ligeramente en el asiento arriba y abajo las veces necesarias para dejar que mi
vestido se deslizase hacia arriba mostrando al completo unas piernas brillantes
por el after sun. Exponiendo mi desnudez desde los pies hasta prácticamente mi
tanguita.
Supo interpretar mis movimientos
y en una de esas que su mano ascendió hasta colarse más allá de lo mostrado por
debajo de la tela de la faldita del vestido, alcanzando esa zona donde termina
la pierna y la piel es mucho más suave. Su mano casi alcanza el elástico
lateral de mi tanguita. Es a la tercera o cuarta caricia cuando alcanza esa
parte de mi cuerpo donde la piel cambia de color por el sol y se siente todo el
calor que emana del epicentro de mi cuerpo.
Esta vez lo miré aterrada. “No te atreverás”
le transmití en una mirada llena de pánico. Su mano quedaba al descubierto de
la zona de protección de la chaquetilla. Pareció leer mis ojos porque para la mayor
de mis sorpresas retiró su mano por completo dejando de acariciarme siquiera y
descansando su brazo de nuevo sobre el separador de butacas.
“¿Pero qué coño hace este imbécil
ahora?.¡¡Pues no va y aparta la mano!!”. ¡No me lo podía creer!.
“¿Porque retiraba su mano?”. Me
esperaba algo más, no sé el qué pero algo más. Estaba consternada. Y eso que al
parecer mi plan estaba dando resultado. Como todos se había acojonado a la hora
de la verdad. Debo reconocer que yo también me asusté por un momento. No sé qué
hubiera podido pasar de explorar más allá del límite al que llegó. Temí perder
el control. Por suerte no había sido así. Todos los tíos son iguales. A medias,
siempre a medias.
Estaba divagando en mis nuevos
pensamientos cuando el tipo me sorprendió cogiendo mi mano con la suya y la
guiándola hasta ponerla sobre su bragueta. La retiré al instante. ¡¡Qué asco!!.
¡¡Menuda guarrada!!.
Además por lo poco que lo toqué pude comprobar
que el tío estaba empalmado.
Me miró y le miré nada más retiré
mi mano de su regazo. Nos mirábamos.
“No” negué con un gesto de cabeza.
“Eso no” traté de hacerle entender entre el movimiento de mi cabeza y el horror
reflejado en mi rostro que yo no iba a acariciarlo si era lo que se pretendía.
Pero lo cierto es que su cara me
dio pena. Parecía un toro furo resignado ante el toque de puntilla y eso que
tenía una pinta de guiri que tiraba para atrás.
Por eso fui yo misma la que tomé su
mano y la guié hasta depositarla de nuevo sobre mi rodilla. Quise que
entendiese el morbo que me provocaba ser acariciada pero nada más. Eso era
todo. Ese era el juego.
El tipo pareció entenderlo y
enseguida comenzó a acariciarme de nuevo la pierna.
Qué queréis que os diga...a mí a
esas alturas me importaba poco o nada la película. Únicamente tenía una cosa en
mente. Que mi marido no nos descubriese. Por eso lo miraba atenta ante
cualquier movimiento que le diese por girarse para mirarme. Pero nada de nada.
Solo tenía ojos para la peli. Yo me sentía traviesa, reconozco que la situación
me estaba poniendo caliente, y sólo veía el momento en el que culminar con mi
esposo en la cama. Podía ser la mano de Paul Newman, o Richard Gere la que me
acariciase cuando lo imaginase. No era así, pero desde luego que el gordinflón
de al lado supo despertar mi lado más perverso.
Estaba perdida en mis fantasías
cuando en esas que la mano del compañero se pierde de nuevo debajo de mi falda.
Yo subo la chaqueta disimuladamente acompañando sus caricias para que todo
transcurriese de nuevo oculto a la vista bajo la rebeca. En esta ocasión
alcanza decidido el elástico de mi tanguita. Me propina un par de golpecitos
con uno de sus dedos sobre la tela como quien llama a una puerta. Por acto
reflejo me abro de piernas todo cuanto la butaca me permite. No sé qué es lo
que se pretende pero lo dejo hacer. Conteniendo la respiración siento que
levantaba hábilmente el elástico lateral con un dedo y desliza otro que me
acaricia directamente sobre mis labios vaginales.
¡¡¡Joder que morbo!!!. Mi cuerpo
tiembla en la silla.
Me dá la impresión que no es la
primera vez que lo hace. Me pregunto a cuantas mujeres habrá dedeado ese cerdo
en un cine. Casi seguro que no era la primera ni la última a la que sabe
ganarse poco a poco. No sé porque ese pensamiento me humedece al instante. Me
hace sentir sucia, guarra, vulgar, fácil… y eso me excita, me excita muchísimo.
Contraria a todo cuanto hubiera podido pensar en mi vida estoy cachonda. Una
palabra se repetía en mi mente, facilona.
Y así era porque se lo puse aún
más fácil. Imposible abrirme más de piernas. Me tenía entregada a sus perversas
caricias.
Con mi reacción vino su reacción,
forzó la posición de su mano para intentar penetrarme con un dedo. Instantáneamente
pegué un bote en la butaca que alertó a mi esposo y asustó a mi particular intruso
que retiró su mano atento a las circunstancias.
.-¿Se puede saber porque no te
estas quieta?- pregunta mi esposo que por suerte no nos ha pillado.
.-Es que....-no supe que
responder.
.-Es que… ¿qué?. Pregunta mi
esposo buscando una explicación a mi comportamiento.
.-Es que tengo que ir al baño-
respondo lo primero que se me ocurre y podía ser verdad.
.- ¡Pero si queda poco para que
acabe!.- Exclama mi esposo. -¿No te puedes aguantar?-. Me pregunta.
.- No. Tengo que ir ahora-. Y
dicho esto me incorporé de la butaca dispuesta a ausentarme un rato e ir al
lavabo.
Por suerte no había nadie en el
baño de señoras en esos momentos. Aproveché para hacer un pis. Una vez dentro
de la cabina y al bajar mi prenda más
íntima que me doy cuenta de que hay una pequeña mancha en el centro de la tela.
Había comenzado a humedecer mi tanguita. Caray Sandra, quien te lo iba a decir
a tus años.
Recuerdo que durante ese rato en
los baños tuve el temor de que apareciese mi vecino de butaca pensándose lo que
no era. ¿Eso es lo que suele ocurrir en estos casos no?. Que aparece el instigador
en medio de los aseos y se desata la debacle. No fue así y me alegré. Para nada me veía en más con ese
tipo. Todo en sí era una locura, y lo que había ocurrido nunca debía haber
sucedido. En una mezcla entre desilusión y alegría tuve clara una cosa, y es
que a pesar de todo amaba a mi marido. Que quería serle fiel por encima de
todo. Cuando comenzó a brotar en mí ese sentimiento de vergüenza me defendí
justificándome.
“¿Fiel?. ¿Acaso lo que había hecho
era ser infiel?. ¡¡¡ NO!!!!??. Ni mucho menos” argumentaba en mi cabecita que
no dejaba de darle vueltas y vueltas a lo sucedido aturdida frente al espejo de
los baños.
“Simplemente....simplemente era
lo más excitante que había hecho en mi vida.” Me repetía.
“¿Pero qué había hecho?.” Trataba
de razonar.
“Sandra..¿ y si os llega a
descubrir tu marido?. Ha estado a punto de pillaros. Si te descubre….” Me
sonreía pícaramente por lo sucedido mientras me repasaba el carmín de los
labios.
“Bueno no ha sido así. No te ha
pillado porque no se entera de nada. Ya verás cuando se lo cuente a mi amiga
Marga” sugirió mi lado más travieso.
“De esto ni una palabra a nadie.
Ni tan siquiera a tu amiga Marga” rebatía mi sensatez.
Yo misma me sumerjo en un
monólogo interno mientras me miro en el espejo y me lavo la cara con agua fría
tratando de templarme. Era el reflejo quien me respondía y contrariaba cada
argumento juicioso. Si mi yo razonaba sensatamente, mi reflejo, esa imagen que
no soy yo, se empeñaba en señalarme lo contrario.
“¿Qué hubiera hecho mi amiga Marga
en estos casos?.” Me pregunté. “La guarra de ella seguro que se hubiera quitado
el tanga y se lo daba al tipo que la ha manoseado. Así el pobre se podría
pajear a gusto pensando en ella” imaginé hipotéticamente.
Ese pensamiento, por muy tópico
que pudiera parecerme, me produjo un escalofrío en todo el cuerpo de abajo
arriba tan real que provocó que mis pezones se erizasen de golpe. De repente me
imaginé a ese viejo gordinflón sacudiéndosela a mi salud. ¡¡Hay Dios que asco!!
“No te atreves”. Pareció
replicarme mi propio reflejo en el espejo.
“Ni loca”. Me auto afirmé en no
cometer semejante locura.
“Estrecha”. Me respondió el
avatar imaginario en mi cabecita.
“Decente”. Me dije a mí misma.
“Mojigata, monja, tonta,
remilgada, antigua,…” me retaba mi propio reflejo.
“Madre, esposa, ejemplar, señora…”
me justificaba en mi mente.
“Te arrepentirás toda tu vida”
argumentó mi lado más oscuro.
“Me arrepentiré toda la vida”
repitió mi parte más sensata, y es ahí, de repente, cuando me doy cuenta de que
en algo estaban de acuerdo ambas partes.
“No puede ser. No puede ser que
pienses lo que estás pensando” y es que ante la verdad inamovible anterior
comienzo a sopesar la posibilidad de cometer semejante travesura. De una cosa
estaba segura, y es que me arrepentiría toda la vida de no hacer nada.
“¿Porque no haces una cosa?”. Me
dije tratando de poner paz entre lo que me gustaría que sucediese en mi fantasía
y lo que debía suceder en mi raciocinio.
“Te quitas las bragas. Total, ya
lo has hecho algún día al salir del gimnasio en mallas o al subir de la playa
seca. Te las guardas en el bolso y decides lo que hacer al llegar a la butaca.
Es una noche loca ¿no?”. Recordé la sensación de frescura que me producía las
tardes que recorría el corto camino entre el gim y mi casa sin bragas bajo mis
mallas o las veces que subía sin nada
bajo el vestido de playa.
“Por supuesto que no es lo mismo
pero quien no prueba no opina”. Así que ni corta ni perezosa meto mis manos
bajo el vestido y tiro hacia abajo del elástico por los laterales hasta que mi
tanga se atasca en los tacones. Levanto una pierna y luego la otra para
deshacerme de ellas.
La casualidad quiso que entrara una persona en
el baño en esos momentos, por lo que
nerviosa perdida como estaba estrujo mi tanga en mi puño y salgo despavorida
del aseo. A lo que me doy cuenta estoy en medio de los pasillos del cine en
dirección a la sala de proyección con mis bragas en la mano.
La sensación es increíble aunque
apenas puedo recordarlo. Estaba como en una nube, la secreción de endorfinas es
tan grande que voy como drogada. Tal vez por eso tropecé al pasar por delante
del asiento de mi acompañante. Para no caer tuve que sujetarme a la butaca de
delante. Mis braguitas cayeron de mi puño al suelo justo delante de mi
manoseador quien debió recogerlas de inmediato mientras me sentaba en mi butaca
ante la mirada desaprobadora de mi esposo. No por nada, sino por hacer tanto
ruido a mi regreso.
.-Es ya casi el final- me
recriminó una vez más mi esposo como de costumbre.
.-No podía aguantarme- traté de
excusarme al tiempo que me abrazaba a mi esposo reclinándome sobre el asiento a
su cuerpo mucho más de lo necesario para que mi vecino pudiera verme bien mi
culo desnudo y comprobar que no llevaba bragas. Sabía bien de mi posición por
la vez anterior.
Por supuesto que quise mirarlo a
los ojos para ver su expresión mientras me agarraba mimosa al brazo de mi
esposo y por supuesto que no me defraudó .Babeó como el cerdo pervertido que
era. Incluso tuvo que acomodarse varias veces su miembro en el pantalón, el
cual le incomodaba oprimido bajo los calzoncillos. Entendió que en mi nueva pose
era imposible arriesgarse a acariciarme. Se retorcía una y otra vez en su
asiento mientras yo lo miraba de reojo. Me gustaba contemplar cómo me miraba.
Se me comía el culo con la vista. Nunca me habían mirado así. Me refiero a la
lujuria que desprendían sus ojos. Ni mi marido las primeras veces que me
desnudé para él de novios. Podía adivinar en sus pupilas dilatadas todas las
guarradas que se pensaba en hacerme.
Ni me había percatado. Al parecer
la película estaba acabando. Me senté correctamente antes de que en la pantalla
apareciese el mítico “the end”, momento en el que mi vecino de butaca se incorporó
y se esfumó aún con la sala a oscuras. ¡Qué
pena! Pensé. Me estaba divirtiendo y todo llegaba a su fin. Para cuando
encendieron las luces pude ver que mi vecino había dejado una tarjeta de visita
en su asiento. Me llamó la atención y procedí a coger y guardar la descuidad
tarjetita en el bolso antes de que mi marido se diese cuenta.
.-¿Te ha gustado?- me preguntó mi
esposo.
.-Uhmmm, uhmmm- asiento con la
boca pensando “no sabes tú cuanto” mientras abandonamos la sala.
Al recorrer los pasillos
centrales para salir del cine mi marido me informó que antes debía ir al baño. Él
no había ido en toda la peli. Es mientras pierdo a mi esposo de vista en el
servicio de caballeros cuando saco la tarjeta del bolso intrigada por saber
quién podía ser la persona que me había hecho disfrutar la mejor sesión de cine
de mi vida.
Mi sorpresa cuando veo que se
trata de una tarjeta de propaganda de una discoteca en la ciudad no muy lejana
a donde nos encontrábamos.
Disco Bar El Cid. Consumición
para dos personas.
Podía leerse en la tarjeta.
.-¿Dónde vamos?- me pregunta mi
marido nada más salir del baño cogiéndome por la cintura.
.-Llévame a bailar- le respondo.
.-Como quieras pero...¿dónde?-
pregunta ajeno a toda movida.
.-Mira esta tarjeta. ¿Probamos?-
le sugiero.
Mi marido me la quita de la mano.
Observa el mapa impreso y lee luego el reverso.
.-“Consumición para dos personas”
lee en voz alta. –Podemos probar- me ratifica la respuesta. Me coge del brazo y
me guía por las calles. Por suerte no pregunta de dónde he sacado la tarjeta ni
nada, tan solo se ha fijado en la gratuidad de las consumiciones y en lo que se
ahorraba.
Tal como indicaba la tarjeta, a
escasos cien metros tras doblar la primera esquina, vimos el letrero luminoso
del disco bar. Me gustó caminar provocando el vaivén de mis nalgas bajo el
vestido, que sin duda llamó la atención de muchos viandantes que me observaron
envidiando la suerte de mi marido. La noche prometía, para nada me arrepentía
de haberme quitado el tanga. Lo sucedido en el cine me animaba a continuar con
mis travesuras. Mi marido disfrutaría de una hembra en celo aunque él poco
contribuía a la labor. Ya estaba yo para encargarme de todo, como siempre. Mi
intención era bailar, posiblemente me rozaría con otros hombres que esperaba me
llevasen al mismo grado de excitación que el tipo del cine y hacerle el amor a
mi esposo al llegar al apartamento. Parecía el anticipo de una de esas noches
para recordar, y vaya si la recordaría.
Una vez cerca del local vimos que
había una gran aglomeración de gente en la puerta, y destacaban dos enormes
porteros con cara de pocos amigos que controlaban la entrada.
Nos fuimos abriendo paso entre la
muchedumbre y al llegar a la puerta de acceso enseñé la invitación a uno de los
gorilas de la entrada. Tras examinarme detenidamente, desenganchó de la pared
una gruesa cuerda de color rojo que franqueaba el acceso y nos hizo una indicación
con la cabeza para que pasáramos dentro.
El disco bar estaba de bote en
bote, la música excesivamente alta, las luces y los flash eran mareantes y el
ambiente olía tremendamente a sudor. Aún con todo se notaba que el bar estaba
de moda y eso suplía todos los inconvenientes. Cogí a mi esposo de la mano y
empecé a recorrer el local por los alrededores. Me iba abriendo paso casi a
empujones por los pasillos que bordeaban una pequeña pista de baile y la
separaban de pequeñas mesas con asientos acolchados. Imposible describir mi
excitación al rozarme con la gente. ¡Si supieran!.
La iluminación fuera de la pista
de baile era casi nula, solo los innumerables focos de todos los colores y que
no dejaban de girar sobre la pista mantenían constantemente una semi penumbra
en los espacios destinados a las mesas. Tras dar una vuelta completa al local
sin encontrar una sola mesa libre, nos situamos de nuevo al lado de la puerta
de entrada.
.- Esto está a reventar, -le dije
a mi esposo gritándole al oído- no hay manera de encontrar una mesa vacía-
concluí.
.-¿Y si vamos directamente a la
barra? – sugirió mi marido a quien veía sediento y agobiado.
Con una amplia sonrisa en la
cara, cogí a mi esposo otra vez de la mano y empecé a abrirme camino nuevamente
por el pasillo que conducía a una barra en el extremo más interior del local.
El pasillo estaba casi
completamente bloqueado por la gente, y en un momento dado necesité alertar en
el hombro a un joven de mediana edad con camisa color vino que charlaba a grito
pelado con una chica para que nos dejase paso. El chaval al notar que era
descaradamente empujado por alguien, se giró algo chulesco quedándose justo de frente a mi cara.
Tras mirarme bien de abajo arriba
durante unos segundos, sé retiró un poco hacia un lado para dejarnos el paso
libre. Sin soltar la mano de mi esposo en ningún momento, tuvimos que pasar por
delante de él dándole la espalda, pero era tan poco el espacio que había para
pasar, que supongo fué inevitable que mi culo entrara en contacto con el miembro
del joven que me había abierto el camino. Joder, pude sentir todo su rabo
empalmado restregándose por mi trasero. Menuda sensación. ¡Y yo sin bragas!. Recuerdo
especialmente ese roce porque me puso como una moto. Estaba sucediendo todo
conforme lo esperado. Menudo polvazo le iba a pegar a mi esposo. Ya me estaba
mojando solo de pensarlo. Pero debía tener paciencia y alargar el momento.
No sin pocos esfuerzos llegamos
por fin a un extremo de la barra, que para variar estaba también completamente
llena. Allí permanecimos a la espera de encontrar un hueco por donde colarnos a
pedir nuestras consumiciones, tanto mi esposo como yo mirábamos la barra
atentos.
De improvisto, advertí que al
lado de donde estábamos nosotros, dos chicas se separaban de la barra con
sendos vasos en la mano. Rápidamente, cogiendo a mi marido de la cintura, me
dispuse a ocupar el espacio libre antes de que se nos adelantaran.
La verdad es que en aquel pequeño
hueco solo cogía uno, así que me situé delante de los dos, frente a la barra,
con mi esposo a la espalda y con mi culo
clavado en su entrepierna. Para nada lo noté duro y me propuse que eso debía
cambiar. Conozco a mi marido y sé lo manejable que puede llegar a ser si está
burrón. Me giré para mirarlo a los ojos al tiempo que movía mi cadera delante y
atrás provocando tímidos golpecitos entre su miembro y mi trasero. Puse esa
carita de niña mala que sé tanto lo provoca y en algo me siguió el juego aunque
estaba más por la labor de pedir las consumiciones.
Tras la barra había varias
camareras escasamente vestidas, con pantalones cortos o minifaldas escuetas que
atendían a los clientes por sectores. Nosotros nos encontrábamos en el lado más
interior de la sala. A nuestra derecha tan solo había un hombre mayor sentado
en un taburete y bebiendo algún tipo de licor, con la espalda casi apoyada en
una pared enmoquetada donde terminaba la barra, junto a una puerta de color
verde oscuro que tenía un letrero que decía "PRIVADO". Lo reconocí
nada más llegar, era el tipo que estaba sentado a mi lado en el cine, no lo
quise mirar descaradamente para no alertar a mi esposo ni darle pista.
Simplemente me miró y yo lo miré. Ambos nos sonreímos al reconocernos. No le
presté mucha atención. Estuve más por la labor de ignorarlo aunque sabía que
tarde o temprano contribuiría a mis
intenciones. De alguna forma él había sido el desencadenante de mi estado de
ánimo.
Por el momento quise concentrarme
en pedir las consumiciones. En cuanto tuve la menor oportunidad le hice señales
a una camarera con grandes tetas para que viniese a atendernos. Se nos acercó
tras varios intentos fallidos hasta que vino a preguntarnos. Tras ver la
invitación que llevaba en la mano nos preguntó que deseábamos tomar. Me llamó
la atención que la chica intercambió una curiosa mirada con el tipo de al lado,
el del cine, aunque en esos momentos no le dí mayor importancia.
.-Un gin tonic y un whisky con
coca cola- le hice saber. Es lo que normalmente bebemos mi marido y yo cuando
salimos. Tardó poco tiempo en preparar las copas.
Tras servirnos los combinados,
cogí los dos vasitos y me dí la vuelta quedando de espaldas a la barra ofreciéndole
el whisky a mi esposo que quedaba de esta forma frente a mí. Mi marido me
agarraba de la cintura a una mano mientras dábamos pequeños sorbos a nuestras
copas, de manera que nuestros cuerpos quedaban totalmente pegados. Nos movíamos
al ritmo de la música y de cuando en cuando nos dábamos cortos besos en la boca
que demostraban nuestro amor. De esos momentos recuerdo que me gustaba botar
bailando disfrutando de la sensación del vaivén de mis pechos y mis nalgas. De
reojillo pude comprobar que el vecino de butaca del cine no me quitaba ojo de
encima y yo me moví exagerando mis movimientos provocándolo, en plan mira lo
que te pierdes, esta noche voy a ser sola de mi marido, ¿no ves cuanto lo
quiero?.
Por ende entre mi esposo que no
se enteraba de que iba la fiesta y yo intercambiábamos frases cortas sobre el
local y sobre la música, y de tanto en tanto mi marido me iba piropeando a su
estilo:
.-No sé qué te pasa pero estás
realmente guapa esta noche, -me decía morbosamente al oído- me considero muy
afortunado de que estés a mi lado. No te haces a la idea de cuánto me gusta
verte al despertar por las mañanas-. Siempre me dice las mismas tonterías cuando
está algo subido de tono. Me encanta que se suelte y me diga esas cosas aunque
sea envalentonado por los efectos del alcohol. Desde luego yo ya iba con lo mío
por delante, todo hacía presagiar una gran noche.
Desconozco si nuestro compañero
de barra podía escucharnos, no me hubiera importado. Lo que si noté enseguida
es una segunda mano en mi cuerpo. La de mi marido que me cogía por el talle, y
otra que manoseaba más descaradamente mi culo, sin duda la del hombre mayor
sentado a nuestra derecha que volvía a las andadas como en el cine. Quise
fijarme en él detenidamente, aparentaba al menos cincuenta o cincuenta y cinco
años. Aunque nosotros estábamos de pie y él en un taburete, calculé que no
debía de medir más de un metro sesenta de estatura, con su prominente barriga
que difícilmente cogía tras la camiseta que llevaba, con alguna mancha y en
bermudas. No se había cambiado desde el cine. Impresentable.
Pude corroborar que era
prácticamente calvo, solo le quedaba algo de pelo en la parte posterior de la
cabeza y le llegaba hasta las sienes, de un color cano, sin llegar a ser aun
blanco. Estaba bebiendo algún licor que olía a demonios, con unas manos y unos
dedos pequeños pero gordos, y que presentaban un color casi amoratado. Unos
dedos ásperos de los que recordaba su tacto y que apenas unas horas antes me
habían acariciado a su antojo.
Lo mire con excesiva seriedad y
sin duda él advirtió que mi expresión no era precisamente receptiva a su
caricia en esos momentos. Demasiado arriesgada dada la proximidad de mi esposo.
Mi intención era que solo me mirase y nada más. A pesar de mi mirada prosiguió
acariciándome el culo aprovechando que mi marido no veía más allá de mi boca,
entre otras cosas porque lo entretenía con el intercambio de pequeños picos
mientras él me decía piropos varios acerca de lo hermosa que le parecía a su
modo tan cursi, pero que lograba sus resultados.
Reconozco que me distraje al
escuchar los piropos que me lanzaba mi esposo mientras el desconocido abuelete
me metía mano de nuevo. Si bien al principio me puso tensa al poco me producía
una sensación de lo más excitante en mi estado de semi embriaguez. El morbo era
increíble. Ese viejo verde seguramente tenía mi tanga en sus bolsillos, y su
mano en mi culo mientras mi esposo me hablaba boca con boca. Sobrepasaba mis
expectativas.
Debimos permanece así varios
minutos hasta que en una de esas el viejo me propinó un pellizco en uno de mis
cachetes, inevitablemente pegué un bote, y eso debió mosquear a mi marido quien
interrumpió la conversación para preguntarme:
.- No te estará molestando el tío
este, ¿verdad?- efectivamente mi marido se había mosqueado con el vecino de
barra, aunque ni se podía imaginar lo que verdaderamente había sucedido entre
nosotros dos antes de ese pequeño incidente en el que se sorprendió.
.- Déjalo, cari. No le digas
nada, no quiero malos rollos, nos vamos a casa y olvídalo- le respondí dándole
un nuevo beso en la boca tratando de poner serenidad en todo ese asunto y
retirarnos a la cama.
Justo en el momento en que mi
marido se disponía a abandonar la barra cogiéndome de la mano, y parecía que
todo terminaría ahí, el hombre del taburete en una mezcla entre español e
inglés se dirigió a nosotros:
.-Perdonad si en algo os he molestado.
Os ruego que me disculpéis. No os marchéis por mi culpa, dejad que os invite a
otra copa-. Y sin dejarnos tiempo a reaccionar, le hizo una rápida señal con la
mano a la camarera de tetas grandes que inmediatamente sirvió otro par de copas
frente a nosotros. Eso explicó su intercambio de miradas anterior.
Me llamó la atención el acento y
la voz de aquel individuo. Era la primera vez que lo escuchaba y resultaba casi
paternal, como si nos hubiera hablado un sacerdote o algo así. Sin apenas consultarlo
entre nosotros, mi marido se apresuró a dar un sorbo a su nueva copa, y aunque
yo permanecía un poco molesta, decidí aceptar también la invitación. Más por no
contrariar a mi esposo que otra cosa. Aunque no me hizo ni pizca de gracia que ese tipo entablase
conversación con mi esposo. A saber lo que podía contarle. Tenía mis temores.
En cambio mi esposo parecía que solo veía una segunda copa gratis sin sopesar
las consecuencias de la invitación.
Debido al volumen de la música no
pude escuchar las primeras palabras que intercambiaron y lo que le dijo mi
marido a aquel tipo, lo único que sé es que el viejo apuró su copa de un
profundo trago y me miró de arriba
abajo, pero sin ningún tipo de expresión en su redonda y un poco colorada cara.
Tras saborear la copa mientras me miraba
pude escuchar que le decía a mi esposo:
.- Es realmente guapa, y no niego
que tiene un cuerpazo. Por favor, no te enfades, ya deberías de estar
acostumbrado a que la gente la mire. Es realmente un bombón.- Me seguía sorprendiendo
el tono de su voz. Era como si nos estuviera sermoneando suavemente, como si
quisiera justificarse. Como si la culpa fuera mía y no suya.
Lo que más me sorprendió era la
cara de bobalicón con la que lo escuchaba mi esposo. Por un momento lo vi
orgulloso de su esposa. Por primera vez en mucho tiempo lo encontré encantado
de presumir de mujer. Cada vez que el viejo me piropeaba, mi marido se ahuecaba
vanidoso. Me alegré del esfuerzo que habían supuesto días y días de dietas y restricciones. No sé, fue un extraño
sentimiento de orgullo y complicidad entre mi esposo y yo. Y sin embargo mi
sexto sentido me tenía en alerta. Ese tipo se tramaba algo y había embaucado
a mi esposo.
.-Veréis, yo soy el dueño de este
local, y digo del local, no del negocio, - nos comentó en el mismo tono
paternal de antes.
- Podéis llamarme Don Alfonso,
aquí todos me llaman así. Este chiringuito lo abrimos hace ya mes y medio, y yo
siempre estoy sentado aquí, contemplando a la gente, me gusta observar a la
clientela, y velar por el negocio- se explicaba el hombre al tiempo que mi
marido asentía con la cabeza siguiéndole la conversación.
Yo miraba asombrada a mi esposo,
sin entender por qué le seguía el juego al tipo. ¡Si mi marido supiera toda la
verdad!. Pero sobre todo miraba a ambos desconcertada sin entender por qué
aquel hombre nos contaba todo eso a nosotros. Conforme fue hablando y
explicándose había algo en su voz, en su rostro, en sus gestos que hizo me
olvidase del incidente de la metida de mano y hubiera desaparecido mi mal
humor. Su conversación parecía inocente cómo si solo quisiese conocernos un
poco.
.-Reconozco que sois una de las
parejas más atractivas que he visto por aquí, -continuo contándole a mi esposo
con su cara regordeta- y no han pasado desapercibidas para mí las miradas de
hombres y mujeres hacia vosotros desde que habéis entrado en el local.-
Continuaba halagándome. Porque aunque se dirigía a los dos por un igual, estaba
claro que se refería a mí.
Mientras hablaba y sin darnos
cuenta nosotros, había vuelto a indicar a la camarera de las tetas grandes que
volviera a llenar nuestros vasos, y sin enterarnos ya estábamos con la tercera
copa de la noche sin contar el vino que nos habíamos tomado en el restaurante.
Demasiado alcohol para mi marido y para mí.
.-El joven de la camisa color
vino sin ir más lejos, -continuaba explicándonos con su voz de cura- en el
pasillo cuando os dirigíais hacia aquí, si se hubiera acercado un poco más a
esta bella señorita, le podría haber destrozado el bonito vestido que lleva-
prosiguió explicándose con su particular acento mezcla de español y de inglés.
Mi esposo y yo nos mirábamos
entre desconcertados y divertidos. Era cierto que el tío nos había estado
observando desde que habíamos entrado, y estaba al tanto de las peripecias que
habíamos corrido hasta llegar a la barra. No sé por qué a mí no me extrañó, si
me había visto entrar seguro que no me quitaría ojo, pero a mi esposo le llamó
la atención. Yo estaba un poco tensa por lo que ese hombre pudiera decir, no
conocía de sus intenciones y además no podía olvidar que escondía mi tanga en
algún lugar.
.-En fin, -continúo diciendo con
un tono como de resignación- Yo no hubiera podido hacer esa atrevida jugada.
Desgraciadamente, lo que me cuelga de entre las piernas ya solo me sirve para
mear. No es por la edad, tengo menos de la que aparento, pero los excesos,
principalmente en cuanto a alcohol y tabaco de mis años jóvenes me están
pasando ahora factura. Ya casi lo único que puedo hacer es observar- hablaba de
su vida y de su caída virilidad como si fuera de lo más normal.
Tal vez por eso confieso que el
vejete empezaba a caerme bien con su locuacidad. Incluso sentí cierta lástima
por él. De esta forma me explicaba que disfrutase de otra manera, desarrollando
otras habilidades. No parecía tener intención de delatarme, a todo lo más
buscaba entretener a mi marido. Aún con eso y con todo permanecía alerta pues
estaba claro que algo se tramaba.
A todo esto, la música seguía a
un altísimo volumen, para poder escuchar lo que nos decía Don Alfonso era
necesario estar muy cerca de él, y nuestro nuevo amigo maduro metía su cara
entre las nuestras para hacerse oír. Bueno no solo su cara, porque al poco de
conversar pude sentir de nuevo su mano apoyada en mi cintura en el lado contrario
a la de mi marido.
.-Sé perfectamente lo que estáis
pensando, -nos sorprendió diciendo tras una breve pausa para darle unas caladas
a su copa- estáis pensando que soy un pobre viejo verde que ya ni siquiera
puede follar, pero os equivocáis de todas todas- dijo entreteniendo a mi esposo
al tiempo que su mano comenzaba a deslizarse de mi cintura a mi culete.
La verdad es que toda la
situación en sí me tenía un poco desconcertada. Yo seguía con la espalda casi
pegada a la barra, y tanto mi esposo como aquel tipo me tenían cogida de la
cintura con una mano mientas con la otra sujetaban sendas copas. La iluminación
seguía siendo escasa y de nuestra cintura hacia abajo era difícil distinguir
cualquier cosa a no ser que se pusiera mucha atención y se aprovecharan los
reflejos de las luces que no paraban de relampaguear.
.- Sabes…- le dijo el hombrecillo
mirando a mi esposo mientras deslizaba su mano por debajo de la falda de mi
vestido.
.-Hay muchas formas de dar placer
a una mujer - le contaba a mi marido sentado en el taburete con las piernas
semiflexionadas abiertas en casi un
ángulo de noventa grados.
- De hecho, debido a que ya
raramente se me levanta, he adquirido ciertas habilidades que dan a las mujeres
incluso más placer que una penetración-. Le contaba a mi esposo al tiempo que
su mano se perdía debajo de mi falda. Menuda rostro que le echaba el tío.
El tontorrón de mi esposo estaba
tan ensimismado con las explicaciones que no es enteraba de nada cuanto ocurría
entre la barra, mi cuerpo, su mano y mi falda. Era evidente que el tipo guiaba la
conversación según le interesaba y que poco a poco tanto mi cuerpo como el de
mi esposo quedaron totalmente pegados
entre las piernas abiertas de nuestro acompañante.
Yo hacía tiempo que había perdido
el hilo de la conversación. Tan solo era capaz de concentrarme en las
sensaciones que me provocaba la mano de ese tipo sobándome el culo a placer
delante de mi esposo. Cada vez que su mano descendía más allá de la tela del
vestido y alcanzaba a acariciarme la piel desnuda de mis muslos yo sentía un
estremecimiento en todo mi cuerpo que me hacía temblar. Estaba como en una nube
en la situación más inverosímil que hubiera imaginado jamás. Bueno, eso ya lo
dije en el cine, pero es que ahora más.
Ya sabéis como son los tíos y la
facilidad que tienen para cambiar de tema, de mujeres a coches y de coches al
fútbol. Recuerdo que tanto mi esposo como el viejete hablaban de sus
respectivos equipos cuando empecé a notar que la mano del interlocutor se
deslizó por debajo de mi falda algo más descarada alcanzando a acariciarme la
piel desnuda de mis nalgas. Irremediablemente me sujeté a dos manos al brazo de
mi esposo para no caer presa de los nervios y la excitación. El tipo se estaba
pasando de la raya. Mire a mi esposo el cual continuaba contrariando a nuestro
anfitrión acerca del fútbol y de su equipo preferido. Al parecer el abulete era
del Madrid y mi esposo defendía a su Barcelona de toda la vida. Hacía rato que yo
era incapaz de mirar a nuestro acompañante, tanto como el que su mano llevaba
acariciándome por debajo de la tela del vestido a placer. Sólo era capaz de
mirar a mi marido el cual parecía embobado por el dichoso fútbol. Yo tiraba de
su brazo para que terminase la conversación y marchásemos de allí. El abuelete
y su destreza me estaban poniendo muy, pero que muy cachonda. Yo ya tenía
bastante como para destrozar a mi marido en la cama al regresar al apartamento.
Por supuesto que el tipo se percataba de todo, sobretodo de mi estado y del
entusiasmo de mi esposo por el fútbol.
De repente uno de los dedos del
abuelete alcanzó a acariciarme en mi labios más íntimos. No le fue difícil su maniobra, tan solo
requería de osadía. Una desfachatez que desde luego le sobraba a aquel
gordinflón porque alcanzó a acariciarme sin dejar de mirarme a los ojos al
mismo tiempo que le seguía la conversación a mi esposo.
Nada más sentir la proximidad de
su dedo en la zona más íntima de mi cuerpo dí un respingo en mi posición.
Mi marido se dio cuenta del
sobresalto de mi cuerpo y me miró cariacontecido preguntándose a que venía eso
ahora. Inmediatamente, sin responderle ni darle tiempo a que volviera a
preguntarme nada, ni que lo hiciera a nuestro acompañante, subí una de mis
manos hasta su nuca y acercando con ella mi cabeza a la suya, le pegué un
morreo de película, metiéndole la lengua en lo más profundo de su boca para
sorpresa de su interlocutor. Mi marido asombrado por mi reacción no cerró los
ojos como suele hacer, sino que miraba directamente a los míos preguntándose el
porqué de mi reacción.
.- ¿A qué viene esto?- me
preguntó inocente. .-¿No ves que estábamos hablando?- me dijo al tiempo que me
apartaba la boca.
No quise responderle ni darle
explicaciones. Tan solo lo miré fijamente a los ojos y le propiné otro beso más
apasionado aún que el anterior, al tiempo que pegaba mi bajo vientre a su paquete todo lo que podía. Cuando separo su
boca de la mía me contesto acercándose a mi oído con una agitada respiración:
.-Joder cari no sé a qué viene
esto pero te noto muy cachonda.- dijo despreciando la conversación con su nuevo
amigo y centrando al fin su atención en mí.
Yo quise contarle a mi esposo que
mientras hablaba con su nueva amistad había empezado a tocarme el culo, que al
momento había notado como sus manos empezaban a subir por mis piernas. Que llevaba un ratito masajeándome el coño a su
antojo y, que joder, ese tipo sabía lo que se hacía, que estaba empapada y que
estaba a punto de correrme, que tan solo necesitaba un beso suyo en esos
momentos para aplacar mi fuego.
Fué el viejete quien observando
mi estado de necesidad le dio un sorbo a su copa y le dijo a mi marido:
.-Será mejor que la atiendas-
pronunció el muy cínico al tiempo me manoseaba a su antojo por mi espalda.
Mi marido le obedeció como el
idiota ignorante que era. Yo instintivamente mire hacia ambos lados, temerosa
de que otras personas nos estuvieran observando, pero comprobé con alivio que
tras nuestro maduro acompañante solo estaba la pared donde terminaba la barra y
la puerta con el cartel de privado, y a mi izquierda, dos jóvenes de espaldas a
nosotros conversaban animadamente con dos hermosas morenas. Respiré aliviada al
comprobar que cuanto ocurría en ese rincón del bar era solo cosa de tres.
Mi marido quiso hacerse el
machito delante de nuestro anfitrión y lentamente empezó a descender sus manos
desde mi cintura hasta mis posaderas. Me apretó con firmeza contra él para
hacerme sentir su dureza al tiempo que introducía su lengua en mi boca
regalándome un profundo beso lujurioso. Por un momento temí que sus manos
descubriesen la incursión del vejete también por mi espalda. Situación que
solventé correspondiéndole a mi esposo con otro apasionado morreo.
Fue en esas cuando quise mirar al
vejete cara a cara por encima del hombro de mi esposo. El tipo no dejaba de
mirarme a los ojos y se deleitaba observando las inequívocas expresiones de
placer que mi semblante mostraba en la penumbra de las centelleantes luces de
colores.
Quise parar aquella locura. Por
eso le dije a mi esposo con la intención de detenerlo:
.-Cari, nos está mirando. No me
parece bien.- le hice saber a mi esposo susurrándole en su oreja opuesta,
ocultando mis labios y mis palabras al abuelete.
.-Que se joda.- me susurró mi
marido sorprendiéndome con su respuesta y mordiéndome la oreja del lado en el
que se encontraba el abuelete en clara actitud de provocar su envidia.
.-No sé que coño me ha estado
contando presumiendo de mujeres. ¡Encima es del Madrid!. Quiero que sepa que
eres solo mía- me dijo en una actitud inusitada en mi esposo que me alegró
encontrase algo de genio.
No pude más que girar un poco la
cara hacia el tal Don Alfonso, mientras mi esposo me comía la oreja con
semejantes argumentos. Durante ese tiempo nos aguantamos mutuamente la mirada
en duelo, y tras volver a cerrar los ojos y abandonarme al beso de mi esposo el
muy cerdo procedió a sobarme el coño
todo lo que quiso, incluso intentó meter un dedo en mi interior.
.-Uhhhm- gemí en la boca de mi
esposo presa del morbo y el placer que me estaba proporcionando el descarado
abuelete. Mi marido por supuesto se pensó que era debido a sus besos.
Mi cuerpo temblaba del gusto,
tuve que agarrarme al cuello de mi esposo para no caer.
.-Eso es, que se joda- le susurré
a mi esposo abrazándome a su cuello y mordisqueando su lóbulo de la oreja con
mis labios en alusión a nuestro acompañante.
Es en esas, mientras nos
morreamos en un interminable beso francés que siento los dedos del viejete sobre
mi coño..... me está acariciando el clítoris con una de sus yemas..... de no
impedirlo me voy a correr aquí mismo..... deseo que me penetre con su dedo
..... me muero de gusto mientras me beso con mi esposo.
Casi al mismo tiempo mi esposo
desciende sus manos hasta donde acababan mis nalgas, las aprieta con fuerza y
tira de mi hacia delante, despejando aún más si cabe el camino libre a la
descarada acción que estaba llevando a cabo el cachondo vejete. Temo que sus
manos se encuentren y se monte un lio descomunal. Y es que a la vez que mi
marido me soba el culo siento unos dedos mágicos que juegan conmigo..... cortos
pero muy gorditos..... me los está metiendo en el coño..... dos dedos. Joder
cariño.... me está follando con dos dedos y tú no te estás enterando de nada,
como siempre, joder….oooh….siiiih…..
Sin quererlo empecé a mover levemente
las caderas, muy despacio, con mucho disimulo, acompañaba él mete y saca que
Don Alfonso llevaba a cabo expertamente dentro de mi cuerpo. Mi movimiento puso
duro a mi marido, al cual podía notar cuerpo contra cuerpo. El morbo era
indescriptible. Mmmm..... como sabe este tío lo que le gusta a una mujer.....
no sé como lo hace, pero siento esos dos regordetes dedos llegando al fondo de
mi coño..... tiene toda la mano empapada con mis jugos..... siiii..... eso es,
eso es...... Y mientras mi intruso me dedeaba yo le hacía señas a mi marido
para que me apretase fuerte el culo con las manos.
.-Eso es cari- le susurré al
odio,-cógeme bien del culo- le dije mientras le restregaba mi cadera por su
entrepierna poniéndosela dura mientras el otro me manoseaba.
Puede que mis últimas palabras le
sonaran a suplica a mi marido, yo también lo apretaba contra mí con todas mis
fuerzas agarrándole fuerte por las nalgas. Deslicé mis manos dentro de los
bolsillos traseros de mi esposo para
apretarme a él con más fuerza. Por suerte sus brazos se enroscaban por mi
cuerpo y casi podía oírlo jadear. Él también estaba cachondo de verme tan
encelada. Por mi parte tenía las piernas entreabiertas y estaba casi de
puntillas abrazada a su cuello.
Ohhooo... siii..... siii..... me
gusta...... –pensaba mientras me besaba con mi esposo - .....el coño..... me
esta acariciando el coño con el dedo gordo..... me gusta..... siii..... venga,
cabrón..... empuja..... métemelo..... méteme ese dedo en el coño...... siii.....
asíii..... hasta el fondo..... empuja..... asiíííí..... que gusto.... estaba a
punto de correrme allí mismo, de píe, en medio de la sala y a la vista de
todos.
Era increíble, que situación, en
medio de toda aquella gente aquel vejete tenía dos de sus dedos en mi coño, y
nadie se estaba dando cuenta de nada. La gente transitaba a mi espalda por el
pasillo, muchos incluso me rozaban, pero la escasa iluminación impedía que
nadie observara lo que ocurría entre mis piernas. No pude resistirlo, quise
acariciar a mi esposo por encima del pantalón. ¡Estaba burrón!. Hacía tiempo
que no lo notaba tan duro. Apenas deslicé mi mano un par de veces sobre su
entrepierna me separó y me dijo:
.-Lo siento cari- pronunció con
cara de pena- tengo que ir al servicio- terminó de pronunciar para mi
desconsuelo. Y nada más decirme esto me dejó abandonada allí en medio marchando
rumbo a los aseos interrumpiendo la escena.
Por suerte el tal Don Alfonso retiró
su mano a tiempo de que mi esposo se percatase de nada y por supuesto escuchó
la explicación de mi esposo antes de marchar.
Lo miré, me miró. Se llevó los
dedos que me habían penetrado en presencia de mi marido a la nariz y exhaló mi
aroma más íntimo de mujer ante mi estupefacta mirada. Luego con total
parsimonia dejó el vaso que tenía en la otra mano para luego hurgarse en el
bolsillo de sus bermudas. Por un momento creí que me devolvería el tanga pero en cambio sacó un
gran manojo de llaves y haciendo un significativo gesto con la cabeza para que
le siguiera, metió una de ellas en la cerradura de la puerta con el letrero de
privado que estaba a su espalda al final de la barra.
Sin pronunciar una sola palabra, le
seguí como una tonta y nada más franquear la puerta la cerró detrás de ambos.
De una rápida mirada observe una pequeña habitación con una silla, una mesa
escritorio y un ordenador sobre ella. La estancia estaba iluminada únicamente
con una lamparilla al lado del monitor. Cuando volví a centrar mis ojos en
nuestro acompañante vi que me estaba observando de arriba abajo. En esos
momentos no sé por qué estaba muerta de miedo. Sin embargo el tipo me hizo
indicaciones para que me diese la vuelta y me fijase en una especie de mirilla
que tenía la puerta a mi espalda. Como
por acto reflejo miré a través del agujerillo que pasaba inadvertido del otro
lado con la oscuridad y la penumbra de la sala.
Pude ver a los dos chicos que
dejamos conversando con las dos morenas en la barra al lado nuestro y el
tumulto de gente que se amontonaba detrás entre luces y destellos.
En esas sentí su mano abierta de
par en par en todo mi trasero. Mi cuerpo se tensó a su contacto, todos mis
músculos se contrajeron.
.-¿Pero qué hace?- le espeté al
tiempo que apartaba su mano aunque no me pillase de sorpresa su intentona.
.-¿Por qué cogiste la
invitación?- me preguntó -¿por qué has venido aquí?- insistió
inquisitoriamente. Evidentemente no supe o no quise responder. Simplemente
tragué saliva tratando de encontrar yo misma una explicación. Una respuesta que
creí encontrar en la dichosa mirilla de la puerta, máxime cuando el pintoresco
personaje con el que estaba en aquella salita me hizo señas para que mirase de
nuevo por el agujerillo y tomase posición de nuevo. La cosa continúo donde lo
dejamos y nada más reclinarme de nuevo sobre la puerta tratando de adivinar lo
que ocurría del otro lado me tocó el culo otra vez desde la espalda.
Podía haberle dicho que no, que
ya era suficiente, que se equivocaba, podía haber hecho infinidad de cosas
distintas, y sin embargo permanecí reclinada sobre la mirilla de la puerta
mirando curiosa al otro lado mientras me dejaba manosear una vez más. Puede que en el fondo era lo que esperaba y
que mi curiosidad tan sólo quisiera saber el cómo. Mi respiración comenzó a
agitarse al tiempo que sus caricias eran cada vez más descaradas. Mi pasividad envalentó
al viejo a continuar con su sobeteo. Yo permanecía refugiada en mirar por la
mirilla fingiendo distracción, aunque todos mi ser se concentrara en la
sensación que provocaba su mano
recorriendo mi culo a un lado y a otro. Sabía que sucedería algo, no sabía el
qué, pero sabía que de un momento a otro mi manoseador intentaría algo más
osado y atrevido. Seguramente buscaría mi límite, ese que yo misma desconocía
en esos momentos.
No me defraudó, tras tocarme el
culo a su antojo y sopesar bien mis medidas
y la dureza de mis carnes el muy cerdo se situó detrás de mí y me agarró a dos manos de la
cintura. Luego lentamente, despacito, regocijándose con mi permisividad fue
subiendo la faldita de mi vestido hasta dejarla arrugada por encima de mi
cadera, desnudando mi culo totalmente expuesto ante su vista. Me volteé sobre
el torso para mirarlo a los ojos. Tenía la cara de salido que me esperaba
encontrar.
.-Es precioso- dijo al tiempo que me propinó un suave manotazo a modo de azote que
resonó por la estancia.
Opté por volver a recuperar la
posición de antes, cerrar los ojos, morderme los labios y contener el leve
quejido que me provocó. No quise darle la satisfacción de oírme quejar ni de
verme sufrir.
.-Splashhh- un segundo manotazo
con idéntica actitud por mi parte. Ni un gesto de desaprobación, ni quejido, ni
señal alguna, simplemente me mordí los
labios y me aguanté.
Una vez recuperada del
enrojecimiento y el picor que me produjo su nalgada abrí los ojos para
contemplar por debajo de mi cuerpo como el tipo se había arrodillado a mis
pies, separaba mis nalgas a dos manos, y antes de que pudiera reaccionar ni
decir nada procedía a lamerme toda la raja de mi culo de abajo arriba. ¡Mierda!,
nunca mejor dicho, eso sí que no me lo esperaba. Me pilló enteramente por
sorpresa. Nunca nadie me había hecho algo parecido. ¡Ni por asombro!.
Repitió la maniobra tres o cuatro
veces sin el menor pudor y sin reparo alguno en saborear la parte más sucia de
mi cuerpo. Todo mi ser se estremeció de golpe, mis piernas temblaron al
sentirme invadida por su lengua en zona tan íntima. Desde luego mi marido nunca
me hubiera lamido en esa zona y de esa manera. No sé cómo describir las
sensaciones que me produjo, era todo muy extraño, nuevo, pervertido, una rara
mezcla entre asqueroso y placentero. Me hizo sentir sucia y contrariamente
deseada. Absurdamente pensé que aquel tipo debía desear mucho mi cuerpo para
hacer lo que hizo.
Puse mis ojos en blanco cuando su
lengua se entretuvo en jugar con los pliegues de mi ano. ¿Qué me hacía?, y lo
que me provocaba aún más desasosiego, ¿cómo se supone que debía sentirme?.
.-Joder siiih- se escapó de mi
boca totalmente confundida al sentir como su lengua hurgaba en mi agujerito
negro.
Mi gemido envalentonó aún más al
viejo a proseguir en sus intenciones. El muy cínico sabía que nunca me habían
comido el culo de esa manera, que estaba descubriendo sensaciones nuevas e
inusitadas, y que estaba explorando partes de mi cuerpo intactas y nunca
exploradas. En esos momentos incluso debió deducir que esa parte de mi anatomía
era todavía virgen a los hombres al menos de esa manera.
Clavó sus dedos en mi carne para
separar mis nalgas todo cuanto pudo y hundir definitivamente su cara entre mis
cachetes. Pasó su lengua por el borde de mi esfínter varias veces antes de
intentar introducirme su lengua en mi ano.
¡Dios!, cómo se supone debía
sentirme, era todo tan…, tan…., tan raro para mí. ¿Gusto?, ¿placer?, ¿o
guarrada?. Y ¿qué hacía yo allí?. ¿Qué me retenía?. ¿Por qué no reaccionaba?.
Necesitaba respuestas.
Quise mirarlo. Sí. Lo necesitaba.
Pese a todo lo marrano que me podía parecer el acto necesitaba contemplarlo. Así
que apoyé mis manos sobre la puerta y arqueé más mi espalda que permanecía
ahora en ángulo recto con la pared y paralela al suelo exponiendo aún más
culito. En esa posición podía observar la barriga y las piernas flexionadas del
viejo entre mis muslos en una visión totalmente esperpéntica. En algún
movimiento pude ver que tanto su calva como su cara estaban coloradas. Sin duda
le costaba respirar con su cara hundida en mi culo.
Deslicé mi mano por debajo de mi cuerpo para
acariciar la barba que me rascaba entre las piernas forzando a ese maquiavélico
anciano a presionar su cara contra mis cachetes hasta casi axfisiarlo. Me hizo
gracia sentir su nariz en mi rabadilla exhalando aire profundamente.
Como respuesta a mi gesto pude
sentir como la punta de su lengua se abría camino entre los nervios de mi ano
al tiempo que uno de sus dedos se abría camino entre mis labios vaginales.
Tanto la lengua como el dedo se movieron juntos estimulando cada nervio de mi
cuerpo. Aquello me volvió loca.
.-Uuuuhhhhmmm- un gemido profundo
y sincero se escapó de mi boca al sentirme ensartada por ambos orificios.
Necesité apoyarme de nuevo a dos manos contra la pared para no caer. Movimiento
que aprovechó mi comensal para que el mismo dedo que se había empapado de mis
fluidos vaginales se abriese camino en mi ensalivado esfínter. Yo me paralicé
de golpe al sentir su incursión. Permanecí quieta. Mejor dicho inquieta.
Expectante, aunque apenas fueran décimas de segundos lo que le llevó cambiar de
agujerito.
¿Pero que me estaba sucediendo?.
¿Cómo estaba consintiendo todo eso?. Era sucio, guarro, y a la vez me atrapaba
en un estado de perversión infinita.
Reconozco que apenas lo noté, ni
dolió cuando insertó su dedo en mi ano, simplemente me produjo una extraña
sorpresa. Realmente estaba francamente asombrada por la facilidad con que ese
viejo había sabido dilatarme y penetrarme con su dedo por el culo. Siempre creí
que algo así dolería. Al menos me había dolido en los fallidos intentos con mi
marido, y en cambio ahora…. confiaba en parte en el saber hacer de mi
digitador.
Los dos permanecimos quietos por unos momentos.
Permitió que poco a poco me fuera
sintiendo cómoda con su dedo inserto en mi anillo más oscuro. Cuando supo que
estaba lista comenzó a mover su dedo adelante y atrás mientras continuaba
lamiendo mi cuerpo por toda esa zona como un perro.
Yo rezaba apoyada contra la
puerta esperando un final. Como fuera, pero un final.
Pronto pude notar como trataba de
abrirse camino con un segundo dedo. Esta vez sí noté algo de dolor al
experimentar la dilatación.
.-Gggrrrr- un gruñido de dolor se
escapó de mi boca al forzar la elasticidad de mi cuerpo.
.-Sccchhissst, tranquila,
relájate no prietes el culo- me aconsejó mi sodomizador al notar como mi cuerpo
se tensaba alrededor de sus dedos.
.- Por favor… - iba a pedirle
delicadeza pero antes de que pudiera terminar la frase comenzó a mover sus dedos
dentro y fuera de mi ano a un ritmo mucho mayor del que hubiera deseado.
.-Noooh- chillé esta vez al
sentirme dilatada de manera tan brutal.
Reconozco que grité más por miedo
a que me rompiera alguna vena o algo por estilo que por otra cosa, porque realmente
tampoco fue para tanto, un pequeño ardor alrededor de mi esfínter al principio
y poco más. Mucho miedo, eso sí.
Cuando dejé de pretar los dientes y comencé a
relajarme es cuando el viejo cesó en su movimiento, y extrajo sus dedos sucios
de mis entrañas. Yo giré la cabeza desilusionada por el vació que dejó en mí, y permanecí en la misma posición a la
espera de que continuase donde lo había dejado. Inexplicablemente era como si
necesitase correrme de forma tan vulgar.
.-Ya estás preparada- pronunció
al tiempo que contemplaba como se
incorporaba para ponerse en pie detrás de mí casi al unísono que sin poderlo
ver bien escuchaba el sonido de una cremallera. Acto seguido sentí el tacto
suave e inconfundible de un prepucio apuntando contra mi esfínter, la
proximidad de sus manos guiando su pene al tiempo que se rozaba contra la piel
de mis nalgas y las cosquillas que me producían los pelillos de sus piernas
acariciando las mías.
“No, no, no, no, no, no” era todo
cuanto pude pensar en esos momentos paralizada y horrorizada por cuanto supuse
iba a suceder y sin embargo ni hice, ni dije nada salvo cerrar los ojos,
morderme los dientes y negar con la cabeza alborotando mi pelo en plan niña mala, pero nada más.
Antes de que pudiera incluso
tomar consciencia de lo que se pretendía ese pedazo de cerdo ya tenía la
puntita de su polla inserta en mi ano.
.-NooooooooOOOOOOOOH!!!!- se me
escapó un grito desgarrador que incluso yo misma temí se escuchase del otro
lado de la puerta. Hasta el viejo a mi espalda se detuvo alertado por mi grito.
Ambos nos quedamos mudos e inmóviles por un instante.
El silencio se quebró cuando mi
pretendido sodomizador se aferró a mis caderas a dos manos y me dijo con voz
tranquila y serena:
.- Tranquila, voy a ir muy lento
para permitir que te acostumbres, quiero
que me avises si te duele ¿entendido?- pronunció tratando de transmitirme
confianza. Yo simplemente asentí con la cabeza resignada a sufrir.
Noté como el viejo verde ejercía
más presión contra mi esfínter y empujaba decidido por metérmela de una vez en
el culo. Contrariamente a lo que creía pude sentir como mi esfínter cedía a su
incursión. Una vez introdujo nada más que la puntita dentro se quedó quieto. Yo
me mordía los labios y permanecía concentrada en un solo punto de mi cuerpo.
Mis músculos se tensaban y relajaban al ritmo de mi respiración. Las
sensaciones que transmitía mi cuerpo en esa zona era un leve escozor que era
sobradamente contrarrestado por el placer mental, el morbo y la curiosidad. No
entendía ni comprendía como me estaba dejando follar por el culo. Pero ahí
estaba, impaciente por acabar. Realmente lo necesitaba llagados a ese punto.
Necesitaba sentirme capaz y realizada conmigo misma por vencer todos mis
temores y sobrepasar mis límites.
.-¿Lista para continuar?-
preguntó el garulo a mi espalda.
.-Siíh- pronuncié con la voz
desencajada por las sensaciones.
Entonces pude sentir como el
viejete me clavaba los dedos en la cintura y empujaba con fuerza tratando de
sodomizarme definitivamente.
.-Para para, me duele- le hice
saber tratando de aguantar el dolor que me produjo este nuevo intento por su
parte. Agradecí que se detuviese cuando llevaría la mitad de su polla inserta.
.-¿Quieres que me retire?-
preguntó con voz temblorosa.
.-No- le dije dispuesta a aguantarme
y llegar hasta el final.
Entonces continúo empujando con
decisión y firmeza hasta que pude sentir sus peludas pelotas golpeando en la
suave piel de mi trasero, señal inequívoca de que me había empalado casi hasta
el final.
.-¿Sigo?- me preguntó deteniéndose
una vez más.
.-Uhm, uhm- asentí con la boca
cerrada dispuesta a soportar el envite final.
Así fue.
Firme, contundente y de forma
imparable, empujó con todas sus fuerzas contra mí. Su barriga chocó contra mis
nalgas y sus pelotas colgaban entre mis piernas como si fueran mías.
.-¿Ya?- pregunté a sabiendas que
no podía quedar ni un solo milímetro de polla por penetrarme.
.-Joder sí, está toda dentro- me
informó el viejo agarrado a mi cintura sin soltarme ni despegarse ni un
milímetro de mi cuerpo.
.-Entonces ¿Por qué no te
mueves?- lo provoqué.
.-¿Quieres que te folle el culo?-
me preguntó regocijándose de la situación.
.-Eso es, cabrón, quiero que me
revientes el culo- lo incité una vez más.
Nada más escuchar mis
palabras el guiri gordinflón cambió la
posición de sus manos. En vez de sujetarme de la cintura se apoyó con las dos
manos en mis hombros forzando mi posición en un ángulo aún más recto. Fijaos,
qué ironía eso del recto. En esa posición comenzó a moverse adelante y atrás
provocando un ardor en mi esfínter que me quemaba por dentro.
El muy cerdo me propinaba golpes
secos y contundentes, y cada vez que llegaba al final realizaba un pequeño
movimiento circular con su cadera y hacía fuerza desde mis hombros presionando
con fuerza mi cuerpo contra el suyo.
.-No dices nada, ¿te gusta?- se
regocijo al ver mis muecas de dolor contenido.
.-¿Eso es todo?. ¿No sabes follar
mejor?- le pregunté tratando de ser yo la que se burlase de él.
.-¿Conque te gusta jugar duro,
eh?. Pues toma esto- pronunció al tiempo que arremetió con fuerza y
contundentemente desde la puntita de su polla hasta meterme los huevos dentro.
.-Y esto- pronunció al tiempo que
repitió movimiento.
.-Eso es cabrón, dame duro, ¿lo
oyes?. Dame bien duro- lo provocaba.
.-¿Así?, ¿te gusta así?- me
preguntaba al tiempo que jugaba a moverse deliberadamente lento y luego rápido
y duro.
.-Joder siiih, me gusta, me
gusta, me gustaaaaah- grité al tiempo que notaba como el dolor inicial
desaparecía para estimular zonas de mi cuerpo inexploradas hasta entonces.
Demasiados nervios concentrados en un solo punto. Deslicé mi mano por debajo de
mi cuerpo hasta alcanzar a acariciarme el clítoris yo misma. Estaba convencida
de que podría disfrutar de uno de los mejores orgasmos de mi vida sino del
mejor.
El viejo al ver mis intenciones
me recogió el pelo en una cola de caballo y me sujetó del cabello con una sola
mano mientras deslizó la otra por debajo del top de mi vestido hasta alcanzar a
acariciarme uno de mis pechos sin dejar de reventarme las entrañas. Porqué así
es como me sentía en esos momentos, reventada en mis entrañas. La increíble
sensación de rozar su asqueroso miembro con la yema de mi dedo a través de las
membranas de mi cuerpo cada vez que me introducía yo misma mi dedito era
apoteósica. Capaz de provocarme un orgasmo en tiempo record. De hecho mi cuerpo
comenzó a agitarse espasmódicamente mucho antes de lo que hubiera podido
imaginar.
.-Me corro- susurré entre gemidos
tratando de alertar a mi sodomizador.
.-Lo noto- me hizo saber. Y es
que con cada convulsión de mi cuerpo mi
esfínter aprisionaba con fuerza su miembro dentro de mí. Agradecí su esfuerzo
por no apresurarse. Me concedió el tiempo suficiente para que estimulase
convenientemente mi clítoris y alcanzase un orgasmo.
.-Aaaaaah- abrí la boca tratando
de coger el aliento suficiente para lo que se avecinaba e inevitablemente se me
escapa un gemido incontrolable.
.-Me corrroooh- vuelvo a
pronunciar esta vez más entrecortadamente que antes por mi agitación. A esas
alturas el ritmo al que torturo mi propio clítoris es frenético. Yo misma me
someto a un ritmo brutal, mucho mayor que la cadencia a la que me están
reventando el culo.
.- Joder siiiih, me viene- grito
a sabiendas que no voy a tardar ya mucho en disfrutarlo.
De repente mi cuerpo colapsa de
placer, mi espalda se agita presa del orgasmo, de mi boca se escapan gemidos
incontrolables. Sabe que me estoy corriendo y no se detiene, al contrario
aprovecha para pellizcarme levemente el pezón que lleva un tiempo torturando de
tal forma que mi cuerpo estalla en una bomba de placer atómico.
Tontamente siento sus píes
golpeando mis talones, por suerte continúa empujando mientras mi placer
aumenta. Mi piel está hormigueando. Mi vista comienza a fallar del delirio, Por
fin exploto en un maravilloso y escandaloso orgasmo.
.-Sssssiiiíhh, siiiiiíh,
siiiiiiih, joder siiiiiiiiiih- grito mientras me corro. Y tras cuatro o cinco
sacudidas mi cuerpo comienza a recuperarse.
.-¿Ya?-me pregunta el garulo mientras me observa.
.-Ya- respondo algo más serena mientras
vuelvo a la realidad, y es en esas cuando comienza a molestarme de nuevo el
movimiento al que soy sometida en mi ano.
.- ¿Y tú?- le pregunto esperando
que su respuesta me indique que no le queda mucho, pero solo escucho por
respuesta el sonido de sus bufidos a mi espalda.
Creo adivinar lo que quiere.
Quiere que se lo diga y estoy dispuesta a complacerlo.
.-Córrete-le digo con la voz más
perversa que encuentro dentro de mí- córrete dentro de mí, en mi culo- me giro
para mirarlo a los ojos con la cara más obscena que logro poner.
Es entonces cuando con una fuerza
inusitada e inesperada para mí tira de mi pelo hasta obligarme a arrodillarme
delante de él a sus pies. Inevitablemente su miembro sale de mis entrañas como
quien descorcha una botella.
.-Ay- chillo del dolor que
provoca su mano forzándome por el pelo.
.-Abre la boca- me ordena al
tiempo que tira de mi pelo. Obedezco. Solo quiero que todo eso acabe cuanto
antes.
.-Quiero verte los pechos-
pronuncia desesperado.
Accedo a su perversión. Tampoco quiero
que me manche el vestido, así que arrodillada como estoy a sus pies elevo mis
manos por detrás de mi nuca hasta deshacerme el lazo que sujeta los tirantes de
mi vestido. La tela cae desnudando mis pechos ante su vista.
.-Joder que tetas más ricas tienes-
y mientras me mira los pechos con cara de salido se la sacude a escasos
centímetros de mi cara. Su fuerte olor me provoca nauseas. Cierro los ojos y
trato de retirar mi cara todo cuanto cede de mi pelo.
No tarda mucho en correrse, una
primera sacudida salpica mi cara. Si había abierto los ojos los vuelvo a cerrar.
Una segunda sacudida se enreda en mi pelo. Por suerte las últimas gotas caen
sin fuerza en mi pecho resbalando por mi piel.
.-¿Ya?- le pregunto yo esta vez.
.- Joder si- pronuncia resoplando
por el esfuerzo. –Hacía tiempo que no me corría así- pronuncia mientras se
exprime él mismo su miembro ante mis ojos que enseguida pierde fuerza.
.-¿Debo sentirme halagada por
ello?- le preguntó tratando de que termine por soltarme definitivamente del
pelo.
.-Anda límpiamela- pronuncia
haciendo intención de metérmela en la boca.
.-Ni lo sueñes- le respondo
cerrándome en banda a esa posibilidad.
.-Solo un poquito- insiste.
.-Te he dicho que no. Esa cosa tuya
acaba de salir de mi culo, No pienso metérmela en la boca. Ni te haces a la
idea de los gérmenes que puedo pillar- le suelto una lección de higiene que
seguramente nunca había recibido.
.-Vamos chúpamela un poquito y así
luego le dás un beso a tu esposo- se ríe de mi pulcritud.
.-Cabrón- le insulto
.- Y tu puta- me replica. No lo aguanto.
.- Splash- le arreo una bofetada.
-Abre la puerta- le ordeno acto seguido.
.-Mira, tu marido está ahí, no
querrás que te vea salir de aquí con esas pintas- me hace indicaciones para que
mire por la mirilla.
No sé por qué le hago caso. Pero
efectivamente compruebo que mi marido está al otro lado de la puerta como loco
tratando de localizarme.
.-Mira, será mejor que salgas por
esa otra puerta. Te adecentes un poco en el baño, y al menos te vea regresar de
esa dirección- sugiere con acierto.
.-Puede que tengas razón-
pronunció al tiempo que me dirijo a la puerta indicada.
.-Espera- suelta en el último
segundo antes de que abra el pomo, -¿puedo quedármelas?- me pregunta sacando mi
tanga de su bolsillo y enseñándolo a mi vista.
.- Por supuesto. Son todo tuyas-
le respondo.
Menos mal que le hice caso pues
mi esposo estuvo un poco mosqueado a mi regreso por la tardanza. Lo calmé con
un beso en la boca con toda mi alma, porque si algo necesitaba en esos momentos
era regresar al apartamento y hacerle el amor a mi esposo.
Sabed que estuvimos follando toda
la noche, fue maravilloso follar con el culo dolorido. Pero supongo que eso ya
os lo imagináis.
Besos,
Sandra.
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